GRACIAS AL SUPERMERCADO

Es sabido que, conforme avanza la edad y sus achaques, las tareas que impone la cotidianidad van creciendo en dificultad. Los problemas para andar un buen trecho son sólo el comienzo; después vendrá el atarse los zapatos por tiempos, Esfuerzoo el percatarse de que levantarse de la silla requiere de un meditado plan que incluya el impulso con ambos brazos. Así discurre la vida para todos, y quienes aún no hemos llegado a esos extremos cobramos, a través de observaciones parecidas, conciencia del propio deterioro.

No obstante, la compasión que podemos sentir hacia quienes se debaten en tales apuros, puede trocarse en impaciencia cuando las lentitudes, pausas o agarrotamientos, ponen freno a nuestras habituales prisas. Es lo que me solía ocurrir tras ponerse el semáforo en verde sin que el añoso/a conductor que me precedía se hubiera percatado u, otras veces, mientras esperaba a que el renqueante peatón acabara por fin de cruzar la calle. Pero todo eso terminó. Y ha sido gracias a los supermercados, así que ignoro por qué no se promocionarán con base en esos detalles en lugar de rebajar diez céntimos la pescadilla.
Compras 1
Llevo un cuarto de hora haciendo cola y ahí sigue la anciana, anclada frente a la cajera. No puede alzar la media docena de Coca colas y meterlas de una vez en la cesta. Se le han caído los puerros, después el bastón, ha preguntado tres veces «¿Cuánto dice que es?», y la rebusca en el bolso y luego en el monedero daría para otro post. Sin embargo, ha sido mi cercanía a sus temblores, a su miopía sin coche interpuesto ni semáforo que marque el compás, los detalles que me han hecho cobrar cabal conciencia de eso que, cuando reflexionaba sine materia (sin anciana delante, quiero decir) y sujeto al horario, he tendido a olvidar. vejez 6Y es que para que lo del polvo reverteris cobre todo su trascendente sentido, no hay como esperar en el supermercado -sin excesiva prisa, y a pocos palmos de los sucesos para no perder detalle- a que la anciana consiga finalmente su propósito de pagar e irse, arrastrando, nunca mejor dicho, los frutos de sus desvelos. Cualquiera de estos días empezaré a ayudarlas; a ordenar sus paquetes y contar las monedas como si estuviera gestionando mi propia compra. Y no va a ser por terminar antes. Desde esa óptica, apostaría a que si Guindos y Montoro se pasaran unos días en casa de un deshauciado, o junto a la cola del paro, verían la crisis de otra manera.

Acerca de Gustavo Catalán

Licenciado y Doctor en medicina. Especialista en oncología (cáncer de mama). Columnista de opinión durante 21 años, los domingos, en "Diario de Mallorca". Colaborador en la revista de Los Ángeles "Palabra abierta" y otros medios digitales. Escritor. Blog: "Contar es vivir (te)" en: gustavocatalan.wordpress.com
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2 respuestas a GRACIAS AL SUPERMERCADO

  1. Antonio Duque Amusco dijo:

    Ayudar a los que lo necesitan, ahora, cuando nos vamos acercando irremisiblemente a los mismo problemas, es como un acto de autoayuda y, más adelante, quizás nos cueste menos trabajo solicitar una mano más joven que pueda acercarnos a la señora del supermercado. T mientras tanto…tratemos de aceptar del mejor modo posible lo que nos espera un poco más adelante. Un abrazo, Antonio

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