Apresado como en una pinza, entre conservadores y ultras, el discurso del PP se ha ido transformando en balbuceo de orientación cambiante según las circunstancias del momento. Y en ejemplo paradigmático de la catadura de esa Formación. Se diría que, por sobre sus ultramontanas convicciones, pesan aún más las ganas de seguir en el poder con las consiguientes sinecuras. Con semejante motivación como guía de sus estrategias, no tienen empacho alguno en hacer tabla rasa con lo que propusieron ayer, besar a Merckel por donde pise, dejar a Gallardón con el culo al aire tras los iniciales aplausos y, a los pocos meses de su dimisión, cambiar el diego por el digo si con ello pudiesen contentar al núcleo fascista que albergan en su seno pero que no pueden -ni quieren- abortar por estar demasiado imbricado en su propia naturaleza.

Esos que se autodenominan «Pro-vida» (cabe suponer que consideran al resto, un 80% según estudios de Metroscopia, «Pro-muerte», y no defensores de que cada quién decida en lo que le concierne), han dado un nuevo jaque a sus conmilitones; a esos que se opusieron a la Ley del Aborto vigente desde 2010, después intentaron hacer visible la coherencia con sus postulados proponiendo un Anteproyecto de derogación y convirtieron al poco su intentona en agua de borrajas tras constatar que la sociedad no estaba mayoritariamente por retornar a la criminalización y el aborto clandestino. En estos días, con las elecciones Autonómicas y Generales en el horizonte y una buena porción de sus afiliados en deriva hacia la abstención u opciones de centro-derecha, otro quiebro: la cúpula se replantea regalar un caramelo a los más radicales de sus filas. Porque no está el horno para muchos bollos y, si también el cogollo los abandonase por abortistas, no habría esencias -como gustan decir de su ideario- que los rescatasen de la debacle.

En su tesitura, la libertad de la mujer para con su preñez (una legislación de corte europeo con las únicas excepciones de Irlanda, Malta y Polonia) ha pasado a ser, para el PP, moneda de cambio. O zanahoria por la permanencia, mejor. Condeno lo que no considero un derecho, pero poquito, por ver si sereno a unos y otros. Y de ganar o poder gobernar siquiera en coalición, ya nos plantearemos el asunto de una vez por todas, sin descartar asumir la idea gallardoniana de que «Es la maternidad la que hace a las mujeres auténticas mujeres». ¡Menuda tropa! Su problema por resolver es que, como de costumbre, se les ve el plumero. Y lo ven desde la derecha hasta los pro-vida. ¿Cuándo van a enterarse de que, si no se pronuncian, mal, y de hacerlo, peor? Han llegado al extremo de que se terminaron los polvos y sólo les queda el lodo. Al tiempo.