Me han comentado miembros de la ONG «Voluntaris de Mallorca» (a la que pertenezco, aunque no de forma activa como en el pasado) que, si siguen en la brecha llegados ya a cierta edad, no es porque continúen todavía con las mismas ganas de compatibilizar esa actividad con otras obligaciones y/o aficiones -los años no pasan en vano-, sino debido a la ausencia de sustitutos con juventud y determinación.
El tiempo de quienes hoy por hoy siguen dando el callo, se va convirtiendo en un enemigo que, colectivamente, puede representar una amenaza para la progresión o siquiera subsistencia de ese llamado Tercer sector (los otros dos, el estatal y el mercado) que hace poco sumaba más de 3000 organizaciones y alrededor de 3 millones de voluntarios, muchos de los cuales empiezan a comprobar que la afirmación del Eclesiastés, «Hay un tiempo para cada cosa», podría dar al traste con ése su solidario empeño mantenido hasta pasada ya la edad de jubilación.
Todo lo excelso es difícil, sostenía un filósofo, pero cuando la gratificación obtenida empieza a echarle un pulso a la artrosis, semejante cuesta arriba puede llegar a hacerse insalvable y el futuro de algunas ONGs pasa por pedir a gritos sangre nueva. No obstante, los reemplazos precisan, para comprometerse por amor al prójimo y sin contrapartida económica, de algo más que empatía e ilusión. Han de tener resuelta primero o por lo menos encaminada su propia subsistencia y, actualmente, el desempleo cuando no la miseria se están convirtiendo en muros disuasores para el altruismo, debiendo aceptarse por obvio que priorizar la cobertura de las necesidades básicas a la interacción compasiva, es de esperar en cualquiera. En tal situación, que tiene visos de continuar, los abuelos/as y miembros de cualquier ONG tendrán que plantearse hasta qué punto su solidaridad -con el tercer mundo y, en el primero, a costa de repartir pensiones con hijos y nietos- tampona las injusticias en lugar de propiciar que se pongan, de una vez por todas, sobre la mesa.
Disculpa la frivolidad de introducir un asunto social-deportivo (el golf) como contrapunto a tu reflexión. Dice Álvaro Beamonte -profesional del juego y de su divulgación- que el número de jugadores jóvenes está descendiendo notablemente en España. Sencillamente, los jóvenes NO desean salir a un campo en las afueras (prefieren la experiencia urbana) y NO quieren actividades que lleven ‘demasiado tiempo’ (prefieren la duración de un videojuego). El ocio al aire libre, que antaño nos parecía un lujazo, ha cedido el testigo al fast hyperfast.
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Quizá haya también algo de eso; de preferencias por la satisfacción inmediata y tangible.
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Yo creo que los jóvenes (entiéndase por joven hombres y mujeres de hasta 40 años), con contratos precarios y temporales, tenemos cada día más difícil poder hacer voluntariado. Es complicado comprometerse en tiempos y en dinero porque sabes tu situación de hoy, pero no la de dentro de unos meses. Colaborar con una ONG activamente implica comprometerse en asistir a reuniones y si hay que viajar al extranjero, planificación con tiempo.
Yo fui una afortunada que pude irme tres meses a Kenia y últimamente un viaje de trabajo a la India. Pero, veo muy complicado poder repetirlo en un futuro.
Y lo del golf… ¿no será que es complicado pagarse cada salida y todo el material? Hay actividades deportivas que puedes hacer por menos de 50 euros al mes, hacer golf significa casi 50 euros diarios de práctica.
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Dejando aparte el golf, cuestión que no se planteaba en el post, totalmente de acuerdo. Para los jóvenes en la situación que comentas (por otra parte la más frecuente), la pertenencia a cualquier ONG puede hacerse incompatible con su cotidianidad pero, con esos mimbres, el futuro de las ONGes se antoja complicado…
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