Eso de que sólo se ama lo que no posees por completo, daría para divagaciones varias; sin embargo, y en el caso del coleccionismo, parece una acertada afirmación hasta que, en tiempo variable, la inicial satisfacción que surge de lo planeado cede en parte a la ansiedad por lo que nunca se completa y la decepción, sumada al cansancio, terminan por vencer. Es lo que a mi me ha sucedido, cambiando un acúmulo por otro hasta día de hoy y dando razón a mi admirado Wagensberg cuando subrayó que todo lo que empieza, acaba o se transforma.
Me inicié en la filatelia siguiendo los pasos de mi padre, y los miles de sellos han terminado en manos de mi hija por si de la venta –harto improbable- pudiera conseguir siquiera para un bolso en las rebajas. Parecido final el de las monedas, en cajas que mi nieto almacena hasta quién sabe cuándo. Las caracolas marinas acabaron en la basura e igual sucedió con los centenares de películas grabadas en VHS y en cuyas tapas pegaba críticas y comentarios. A la vez, fui almacenando en una base de datos, cuando el ordenador terminó por formar parte de nuestras vidas, pensamientos que se me antojaban lúcidos, extraídos de lecturas varias y que aún conservo, en paralelo a un archivo sobre novedades terapéuticas en cáncer de mama. ¿El destino de todo ello será el de sellos o conchas? Pues quizá, y es que el coleccionismo de cualquier cosa produce siempre sensaciones encontradas; que ocupación y satisfacción cedan suele ser como digo lo habitual pero, entretanto y en cada ocasión, llenan muchas horas y las justifican.
El final es predecible, claro que sí, pero mientras llega, el nuestro o el de las colecciones, disfrutar siquiera transitoriamente es mejor que andar pensando en el modo de sentirse realizado merced a cualquier proyecto. No obstante, hay un tiempo para cada cosa. Frente a la evidencia de que la memoria no olvida las pérdidas y el destino de mis colecciones no invita al optimismo sobre las por venir, decidí últimamente dedicar ratos a algo imposible de vender, borrar o echar al contenedor de basura, así que a estudiar otro idioma. En este caso, para coleccionar nuevas palabras. Tampoco me haré con todas, soy consciente de ello, pero seguir adelante en persecución del inalcanzable objetivo exige ganas de acopio y en esas ando: otro esfuerzo que sumar, en el futuro, a las colecciones de recuerdos.
Hemos recorrido 85 países y mi casa está llena de monedas pero sobre todo de álbumes llenos de fotografías ampliadas
No tenemos hijos los sobrinos nietos tenemos diez las quemaran
Un abrazo y pensar que lo vivido no te lo quita madrid
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Arturo: pon los álbumes en el estante de más arriba, para evitar que los nietos los alcancen… Un abrazo.
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En ese devenir me siento cómplice. Es normal que a estas alturas de nuestras vidas nos dediquemos a valorar lo que deseamos para los distintas colecciones que hemos acumulado, y no precisamente con valor económico. En mi caso y mientras siga disfrutando mantener los vinilos, y que mijo ya sabe que su valor no es económico, aunque alguno podría ser interesante para coleccionistas y otros cómo resto «arqueológico» en un futuro.
Sí llevo tiempo deshaciéndome de libros, pero dejando los que no sé ni cuando volveré a leer.
No está mal tu propósito de hacerte coleccionista de nuevas palabras, curiosamente hace un par de días conocí Maresía, para definir el olor del mar, sus algas, sus brumas, y ahora la hago mía para expresar mi necesidad de sentir maresía tan potente en mi.
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Lo de Maresía no lo había oído. Veré de informarme. Por lo demás, los vinilos una joya. Un abrazo.
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Abrazotes
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Mientras las cosas que tenemos, nos empujen hacia adelante, no veo problema(si nos caben). Si nos impiden navegar hacia el futuro, hay que tíralas por la borda(regalarlas). Un saludo desde Girona.
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Creo contigo que así es. ¿De Girona? Magnifico lugar que conozco bien; viví en Figueres muchos años…
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