UNA OBSESIÓN

                     Como afirmaba Elías Canetti, Nadie sabe lo que es bueno y sí lo que sería mejor. En cuanto a la manía a que me refiero, sería sin duda saludable echarla al cubo de desperdicios porque actualmente ya dispongo de un excelente lugar para escribir y leer: mesa amplia, rodeado de libros y un ventanal delante desde donde contemplar el azul o el blanco movedizo de las nubes. Sin embargo, no hay callejeo en el que pueda evitar alzar la mirada a terrazas o balcones para suponer si, allí sentado, mi actividad sumaría un plus añadido de bienestar. ¿El espacio desde la puerta de la habitación a la barandilla sería suficiente, y el ancho adecuado para colocar el ordenador en un lateral? Por supuesto, un panel opaco desde el suelo hasta metro y medio para evitar la curiosidad de los transeúntes desde abajo; cristales y cortinas correderas… De ser terraza, caseta de madera junto a la balaustrada, y luego está la altura y vistas: de un segundo piso hacia arriba por cuestión de ruidos, mejor el ático y, enfrente, entorno despejado: árboles o montes en lontananza…

                   El caso es que no me ocurre sólo en la ciudad que habito. En favor de pequeños pueblos juega el silencio o los horizontes y, en cada viaje, placitas y rincones exigen la habitual parada para la observación de miradores o cristaleras que con frecuencia suscitan una inconfesada envidia. Más de una vez he elegido el trayecto en determinado lugar por suponer que encontraré con más frecuencia lo que persigo, e incluso hace unos meses, en el sur de Italia y visitando la ciudad de Matera, con laderas en su entorno que aún conservan cuevas troglodíticas, me dio por imaginar alguna de ellas convertida en mi habitáculo para el quehacer cotidiano…  

                 Una paranoia convertida en hábito, esa de perseguir el paradigma, que suelo justificarme por creer que es compartida, con distintos objetivos, por muchos otros y, en el caso que hoy me ocupa, evita esa “pereza de mirada” que condenaba Chesterton. Todos sabemos de chifladuras varias: desde la forma de la mesa del comedor al tamaño de los pendientes, el color del coche o de las camisetas… No obstante, he de reconocer que mi obcecación conlleva un cierto riesgo y es que, si bien el ejercicio físico en busca del soñado escritorio implica indudables beneficios, el mío, centrado en un cuello doblado hacia atrás a la menor ocasión y con la nuca entre los hombros en cuanto hay balcón en perspectiva, podría terminar en tortícolis. Para ser preciso, retrócolis. ¡Vade retro!

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About Gustavo Catalán

Licenciado y Doctor en medicina. Especialista en oncología (cáncer de mama). Columnista de opinión durante 21 años, los domingos, en "Diario de Mallorca". Colaborador en la revista de Los Ángeles "Palabra abierta" y otros medios digitales. Escritor. Blog: "Contar es vivir (te)" en: gustavocatalan.wordpress.com
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3 Responses to UNA OBSESIÓN

  1. Avatar de pilarboni Pilar Bonilla dice:

    Y, esperemos, que te pares a lanzar tu imaginación…que un traspiés también puede ocurrir.
    Ahora en serio, me has transportado por ejemplo a Paris, dónde ver esos edificios con buhardillas que tanto me pensaba en ellos. O en Praga, dónde por lo menos hacía un movimiento del cuello hacia arriba y hacia abajo, edificios y esos adoquines maravillosos.
    A ver si un día te encuentro de sopetón plantado en medio de una calle haciendo este ejercicio. Para fotaza. Besosssssss

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  2. ¿Tú también con retrócolis por buscar la buhardilla? ¡Cómo somos…!

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