Como subrayara en su día F. Aramburu, la vaca muge, el cuervo grazna, la rana croa y el hombre opina, de modo que admitirán la de quien, sin ser experto, se atreve a sugerir la necesidad de mejoras en muchos aspectos tras convencerse de que cualquier hecho o circunstancia tiene su paradigma, demasiadas veces lejos de conseguirse. Por ello, pese a la incertidumbre que empaña algunas afirmaciones, empezaré por una violencia de género que este año sigue, en cuanto a asesinatos, la media de uno por semana que parecía ser la habitual estadística años atrás. A mediados de octubre del pasado año estábamos ya en los 51 según lo publicado y seguimos en parecidos porcentajes hasta hoy, lo que induce a suponer que las medidas de protección no son suficientes y, como apunté tiempo atrás, va siendo hora de aplicar un sensor escrotal a aquellos que no deben acercarse a sus probables víctimas a menos metros que los estipulados y, de transgredir la ley, será un detector electrónico de la expuesta el que, con los calambrazos al presunto agresor en salva sea la parte, evite males mayores que, de producirse, deberían llevar aparejada la prisión permanente y NO revisable.
Más allá – o más acá -, seguimos a la espera de que se cumplan pactos políticos en bien de todos y, entre ellos, las medidas contra el cambio climático vienen siendo hasta aquí mera palabrería con escasa traducción. E igual sucede con el acceso a la vivienda en régimen de alquiler, que podría mejorar si se limitara la compra -exigiendo determinadas condiciones- por parte de extranjeros. Siguiendo con las propuestas, el Vaticano, palacios obispales e iglesias con cerrojo nocturno deberían servir, siquiera algunas horas, como alojamientos para inmigrantes, lo que cristalizaría los discursos compasivos del clero, Papa incluido, en algo más creíble. Y en cuanto al transporte público y farmacoterapia, no estaría mal que en este país la gratuidad se subordinase a la cuantía de los ingresos – tarjeta de acreditación mediante- del usuario, de modo que pagase, siquiera parte, quien pudiera hacerlo y llegar a un tiempo cómodo a fin de mes.
Ya en la ciudad de cada cual y echando un vistazo en derredor, las ocurrencias se hacen montón. ¿Para cuando la obligatoriedad de silenciadores en las motos? También evitar los bocinazos de los vehículos que recogen la basura de madrugada, despertando de paso al más pintado. Y por seguir desembuchando lo tantas veces comentado en sobremesas, no regar o aspirar en las calles durante las horas de mayor tránsito y sí hacerlo cuando debieran cerrarse las terrazas, lo que supondría un estímulo adicional para cumplir con los horarios establecidos.
No parece beneficioso para la mayoría ese extendido empeño por eliminar quioscos; lo que se viene demandando es hacerlo con bicis y patinetes sobre las aceras y, para ello, la obligatoriedad de placas de matrícula en esos vehículos sería mejor instrumento disuasor que cualquier otro. Tampoco me parece de recibo que se cierre el centro de las ciudades al tráfico para maratones o carreras ciclistas que podrían tener lugar en polígonos industriales, deshabitados en fin de semana. Por más apuntar, en el Paseo Marítimo de mi ciudad, Palma, los bancos deberían orientarse de cara al mar en lugar de hacia la autopista; los cables eléctricos en muchas calles podrían soterrarse o cubrirse en las paredes por mera estética y, para mayor seguridad, los pasos de cebra repintarse cuando convertidos en vestigios casi invisibles para conductores y transeúntes. Habría más, mucho más que cualquier eventual lector añadiría, y es que cuando se mantiene la esperanza en los cambios para bien, todo se antoja posible. Aunque tarden lo indecible, si es que ocurre, en hacerse realidad.