Es afirmación, sugerencia que podemos leer en algún que otro envase o se le supone a la bolsa de plástico que nos facilitan en el supermercado para guardar la compra. ¡Pero coñ.., no puedo! Supongo que también les ha ocurrido a ustedes con frecuencia. Lo intentamos frotando el borde entre índice y pulgar, de arriba abajo, hacia los lados, con ambas manos… Pero imposible hasta que la cajera acude en nuestra ayuda con una sonrisa de condescendencia. Un ejemplo más de la razón que asistía a Wallace Stevens cuando advirtió que somos eternos principiantes. Parece torpeza propia y no de la fábrica, porque algo parecido acostumbra a suceder con la ranurita en el extremo de cualquier sobre. ¿Abre fácil? Inútiles estiramientos y algún corte en la yema del dedo hasta optar por los dientes o, de tenerlas, tijeras.
He caído en el tema porque da más de sí y podría muy bien ser la metáfora con que muchos, desde políticos a gestores varios, se enfrentan a los retos de su cotidianidad. Feijóo debió asumir el «abre fácil» ante las elecciones que llegaban, y quizá a Puigdemont los resultados de entonces le han llevado a pensar que el peso de su media docena de votos va a allanar el camino que persigue y abrirle de un tirón, en un próximo futuro, la barrera constitucional. En todo caso, y para ninguno, ranura que vaya a funcionar sin ayuda de una hipotética cajera o dientes mediante.
Tampoco el deseable «abre fácil» suele facilitar el diálogo cuando trufado de escollos, llevará a la frustración frente a cualquier cerradura si encasquillada, y termina por frustrar la memoria con relación a nombres y sucesos que se resisten a volver, al extremo de que la incapacidad termina por herir, si no dedos o labios, el propio respeto de quienes prosiguen en su deterioro aunque sigamos confiando en que la bolsa que guarda lo que fue, lo que fuimos, podrá en algún momento reabrirse sin necesitar de otras manos – neuronas – que las propias. Pasados los años y si hay que enfrentarse al deseable y demasiadas veces quimérico abre fácil, primero respirar hondo, concentrarse, esperar un mejor momento y a por todas una vez más; ya sea plástico o el desvanecido ayer.