ABRE FÁCIL

                    Es afirmación, sugerencia que podemos leer en algún que otro envase o se le supone a la bolsa de plástico que nos facilitan en el supermercado para guardar la compra. ¡Pero coñ.., no puedo! Supongo que también les ha ocurrido a ustedes con frecuencia. Lo intentamos frotando el borde entre índice y pulgar, de arriba abajo, hacia los lados, con ambas manos… Pero imposible hasta que la cajera acude en nuestra ayuda con una sonrisa de condescendencia. Un ejemplo más de la razón que asistía a Wallace Stevens cuando advirtió que somos eternos principiantes. Parece torpeza propia y no de la fábrica, porque algo parecido acostumbra a suceder con la ranurita en el extremo de cualquier sobre. ¿Abre fácil? Inútiles estiramientos y algún corte en la yema del dedo hasta optar por los dientes o, de tenerlas, tijeras.

                          He caído en el tema porque da más de sí y podría muy bien ser la metáfora con que muchos, desde políticos a gestores varios, se enfrentan a los retos de su cotidianidad. Feijóo debió asumir el «abre fácil» ante las elecciones que llegaban, y quizá a Puigdemont los resultados de entonces le han llevado a pensar que el peso de su media docena de votos va a allanar el camino que persigue y abrirle de un tirón, en un próximo futuro, la barrera constitucional. En todo caso, y para ninguno, ranura que vaya a funcionar sin ayuda de una hipotética cajera o dientes mediante.

                     Tampoco el deseable «abre fácil» suele facilitar el diálogo cuando trufado de escollos, llevará a la frustración frente a cualquier cerradura si encasquillada, y termina por frustrar la memoria con relación a nombres y sucesos que se resisten a volver, al extremo de que la incapacidad termina por herir, si no dedos o labios, el propio respeto de quienes prosiguen en su deterioro aunque sigamos confiando en que la bolsa que guarda lo que fue, lo que fuimos, podrá en algún momento reabrirse sin necesitar de otras manos – neuronas – que las propias. Pasados los años y si hay que enfrentarse al deseable y demasiadas veces quimérico abre fácil, primero respirar hondo, concentrarse, esperar un mejor momento y a por todas una vez más; ya sea plástico o el desvanecido ayer.

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MEDITERRÁNEO PARA EL DISFRUTE EN FAMILIA

                             Hacía muchos años que no volvíamos a reunirnos todos durante unos días. Nosotros, los padres, con hijos y nietos, así que la ocurrencia de mi mujer, un viaje en crucero, no ha sido sólo para visitar unas cuantas ciudades a orillas del Mediterráneo sino, sobre todo, para gozar de su compañía y esa estrecha convivencia que rememoró un pasado que, para los más pequeños, es desconocido más allá de las historietas con que acostumbran a entretenerlos sus abuelos.

                         Creo que todos hemos gozado de bienestares varios: los mayores de nuevo juntos en las sobremesas y, los niños, deambulando a su aire por cualquiera de los 15 pisos, con habitaciones donde dormir sin adultos de por medio y, según me espetó el menor de todos, por fin “Libre del encarcelamiento en que me han tenido mis padres en España”. Cada uno de los cuatro, entre los 10 y los 15 años, fue encargado de encandilarnos con sus explicaciones sobre la ciudad que le correspondió estudiar de antemano: Génova, Pisa, Florencia, Nápoles… Luego, de regreso al barco, esparcidos y desaparecidos durante horas entre futbolines, jacuzzis y comedores donde ponerse las botas sin perrito que les ladrase. “¡Eh, brother: quieres una pizza?” “¿Mis primos? Ni idea. Yo me voy con Pedro, un amigo nuevo…”. Lo cierto es que ha sido un disfrute mayúsculo tanto en tierra como embarcados, solos o junto a ellos, y únicamente hubimos de distraer su atención cuando, en Pompeya, al guía le dio por entrar en detalles sobre los 53 prostíbulos que existían en la ciudad que fue.

                         Ya de regreso, la última noche, una oscuridad sobre el mar que contrastaba con las luces que iluminaban las experiencias vividas por todos, según aseguraban al tiempo que volvían la memoria desde el Vesubio a la Piazza del Plebiscito, en el centro de Nápoles y donde, con mi nieto Gustavo, el mayor, engañamos a su madre haciéndole creer que, en el bar donde nos detuvimos los dos, se retrasaban tanto en traernos las bebidas que tal vez no llegaríamos a tiempo para el embarque. Ahora y mientras escribo estas líneas, de nuevo en casa, ignoro si habrá una próxima vez en que volvamos a estar juntos sin excepción alguna, pero me conforta la seguridad de que la experiencia nos sobrevivirá; permanecerá en la memoria de todos y, con ella, el cariño que presencialmente hemos compartido.

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DE PUTIN Y NETANYAHU A LOS APACHES

                        Supongo que conocen la frase propia de dictadores: “La Historia, si no es la nuestra, no debiera existir”. Para borrar la repudiada, masacres sin cuento desde nuestros inicios en el mundo; según James Hillman, 14.600 guerras en los 5600 años de los que tenemos noticias escritas. Es obvio que lo peor se repite y, como muestra, los actuales conflictos en Ucrania o Palestina. Respecto a la primera Rusia, Putin mediante, pretende hacerse de nuevo con la nación que se independizó de ella en 1991.Y un año antes lo hizo Lituania. Por otra parte, el oeste de Ucrania, antes de integrarse en la antigua Unión Soviética, formaba parte del eje Polaco, visto lo cual cabría preguntarse, en línea con la vuelta al pasado que se esgrime como justificación, el porqué no se reclamará Ucrania por los polacos. O Lituania por los rusos en un nuevo conflicto para la apropiación.

                       Iguales mimbres rezan con Israel, Estado fundado en 1948 en el seno de una Palestina declarada independiente desde 1988, aunque los conflictos – pese a que la ONU reconocíó la legitimidad de ambas naciones – no han cesado: desde la Nakba en 1967, cuando los hebreos expulsaron a cerca de un millón de musulmanes de sus tierras, al actual genocidio que se comete, bajo la dirección de Netanyahu, sobre Gaza. Se trata en ambos casos, Rusia e Israel, de guerras que hunden su motivación en el ansia por ampliar las fronteras en un remedo de las anteriores, y sin atender a las derivas que trae consigo el tiempo cuando los cambios chocan con la ambición de congelarlos a su gusto.

                      Al pesimismo que engendran situaciones como las descritas, se suma la inquietud de suponer que, con parecidos argumentos, el Estado Islámico podría reclamar la devolución de Al Ándalus, en su poder 8 siglos y perdido tras la conquista de Granada por los Reyes Católicos en 1492. Claro que, con igual derecho podrían hacerlo los descendientes de visigodos (si es que aún los hay) y dueños del terreno antes de que llegasen unos y otros. Y con los mismos criterios podría justificarse que indios Apache, Cheyenne, Comanche o Cherokee, en alianza por recobrar el pasado, asaltaran la Casa Blanca y eliminasen a cuanto conquistador blanco se pusiera a su alcance.

                      Como podría deducirse, negar la evolución de los pueblos y sus líneas divisorias lleva reiteradamente a la opresión del más fuerte sobre el vecino. ¿Diálogo? ¿Acuerdos? A lo que se ve o lee, pura entelequia para una paz siempre provisional. Y es que no aprendemos.

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PACIENTES IMPACIENTES Y CON TODA RAZÓN

                    Tenemos en este país una sanidad pública que se cuenta entre las mejores del mundo. Sin embargo, en los últimos tiempos asistimos a un notable deterioro de la misma, debido a circunstancias varias que convierten la paciencia de muchos enfermos en esa “virtud heroica” de la que hablaba Rossi en su Manual del distraído. Para empezar, no es razonable tener que esperar semanas, meses en ocasiones, para conseguir cita en los servicios de Atención Primaria, donde tal vez la consulta se lleve a cabo por un recién licenciado/a sin la necesaria formación que preceda a la actividad profesional.

                         De ser derivado a un hospital, la consiguiente visita puede retrasarse más de un semestre, al igual que una intervención quirúrgica de la que puede depender la vida del afectado. Y de acudir al centro a través del Servicio de Urgencias, es posible que deba permanecerse varios días en una camilla, antes del ingreso, por falta de camas, carencia del personal necesario…, y habrá suerte, caso de ser verano, si la habitación asignada dispone de aire acondicionado o siquiera ventilador. Los bajos salarios de los sanitarios (médicos/as y enfermeras), en muchas ocasiones necesidad de prolongar los horarios sin la adecuada contrapartida económica o exigencias – idioma cooficial…- sin nada que ver con la competencia, explican también, siquiera en parte, la crisis referida, agravada por la prolongada carencia de determinados especialistas (oncólogos, alergólogos, pediatras…) o la dilación para autorizar el uso de algunos medicamentos de última generación, a veces superándose los dos años de demora debido a su elevado coste mientras, en paralelo, se sugirió recientemente la eliminación del copago farmacéutico (?).

                    La inversión en sanidad es a todas luces insuficiente, no se dispone de los recursos necesarios y, a resultas de ello, aumenta el trasvase de enfermos a centros privados, sumándose en este caso, a la impaciencia, otra plétora de inquietudes que genera una recortada información. ¿Por qué yo y con qué criterios? ¿Será equiparable la calidad asistencial a la del hospital que me transfiere? ¿La cualificación de los profesionales y sus horarios lo garantiza? ¿Son fiables los equipos de guardia o se ha contratado sin mediar selección previa alguna? ¿Las decisiones terapéuticas se toman en comité o quedan al albur de cada cual?

                  El caso es que la atención, sea en centros públicos o clínicas privadas, plantea numerosos interrogantes que van en aumento y, globalmente, no pinta bien. Sólo cabe esperar que el gobierno decida implicarse más allá del discurso y puedan evaluarse con objetividad los resultados de sus medidas. Si es que las toman junto a las destinadas a hacerse y perpetuarse en el sillón.

PD: la semana próxima no habrá post porque salgo de viaje. A la vuelta, unas líneas sobre el periplo…

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LA MIRADA CLARA, LEJOS…

                        Creo recordar que ya empleé igual título para otro post, años atrás, aunque con distinto contenido. z 10 Así empezaba “Montañas nevadas”, el himno de los falangistas y que por eso mismo no seguiré más allá de “y la frente levantada”, aunque “el alma tranquila, yo sabré vencer” es lo que, en otros términos para no identificarme con ellos, suelo decirme a mí mismo en horas bajas  y aconsejar al amigo/a cuando me cuenta de sus problemas o la depresión en que ha caído. Nada de sentirse rodeados por la noche angustiosa porque nuestro futuro es también fruto de la imaginación; mirar hacia arriba porque la luz  está ahí y, como escribiera el poeta Rafael Cadenas, lo que salva de los escombros es la mirada.

                    Llegada la madurez, esa jubilación que nos aleja de aquello a lo que dedicamos mucho de nuestro pasado, la sugerencia del título es útil contrapunto a la eventual melancolía y el mejor modo de enfrentar el porvenir. En estos días de estériles polémicas entre políticos, inquietos por programas que no terminan de perfilarse y quizá con el alma en vilo por lo que pudiese venir, mirar más allá y apostar, con Gramsci, por el optimismo de la voluntad, en la seguridad de que incluso lo peor que pudiese suceder alcanzará un final, nos aportará esa esperanza de la que tal vez estemos, siquiera temporalmente, necesitados.z 8

                  Sin embargo, y a qué negarlo, el claro horizonte que perseguimos puede topar con numerosas dificultades y la mirada, lejos, verse cortada por ese móvil al que dedicamos demasiadas horas, la pantalla del ordenador o, de vivir en un primero, limitar nuestra perspectiva la pared de enfrente.z 14 En tales circunstancias y por no emular a la aldeana cuando informa a Juan Preciado, en la novela “Pedro Páramo” ,de Rulfo, que “Hacía tantos años que no alzaba la cara, que me olvidé del cielo”, convendrá dejar a un lado lo virtual, salir a la calle y vencer el desánimo, falangistas aparte, con la mirada clara, lejos, y la frente levantada. Y es que, por remedar a Fausto, sólo merece la libertad quien sabe conquistarla a diario.

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