Hablar en cualquier idioma a quienes son incapaces de entender el mismo, es costumbre extendida. Emplear inglés o castellano con los taxistas japoneses es, como pude comprobar en su día, infructuoso. Al igual que el chino en Palencia, por un decir. Y a los niños/as de pocos meses, susurrarles frases de cariño mientras maman tampoco da resultado otro que acostumbrarlos a la voz humana, lo cual, seguramente, ya sea motivo suficiente.
Con las mascotas podría ocurrir algo parecido, pero de eso a extenderse en consejos y reflexiones (suelo asistir a ello cuando me cruzo con algunos que pasean junto a su perro) creo que media un abismo. “Cariño: no hagas caca ahí, que te lo tengo dicho”. “Espera y estate tranquilo que pronto llegaremos a casita. Allí te daré de cenar y luego vemos la tele”. “Cuqui: ve despacito y ten cuidado al cruzar la calle…”.
Como escribiera Wagensberg, existen tres lenguajes universales: mímica, música y las matemáticas. Sin embargo, y excepto el primero en ocasiones, los demás diría que no han entrado a formar parte del repertorio animal y, respecto al habla, tal vez algunas frases puedan llegar a hacerse inteligibles para canes, hámsters y gatos, aunque la extensión del obligado monólogo por parte del propietario/a, incluso con incursiones a ámbitos filosóficos, lo hace improbable más allá del “Quieto” o “Dame la patita”.
Sin embargo, asistimos desde hace años a una verdadera cruzada en favor de la sensibilidad que emerge de cualquier ente vivo – plantas incluidas – y también de sus capacidades comunicativas, al punto de rozarse en ocasiones la frontera que separa sensatez de estupidez. 
Al paso que vamos, no me extrañaría asistir cualquier día a una solicitud de perdón por parte de la palmera sobre cuyo tronco hayamos orinado a escondidas y, en el curso de una mayor y mejor sintonía con todo cuanto nace y crece, del musgo al caracol, escuchar la lectura de La Ilíada a los geranios mientras los riegan en cualquier balcón. Y empezará a armarse la de Troya – por seguir en la antigua Grecia- de extenderse la costumbre..


Bueno, parece que los perros, ya vivos o muertos, son buenos consejeros.
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Y ni te digo si hablasen…
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Si los perros hablasen o contestasen me muero.Cuando hablo con alguien y le dicen a mi «»rupit» algo , y yo suelo decir diles adios,y luego reflexiono y digo:no digas nada que me dá algo.
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Y ni te cuento si lo dijesen en esperanto…
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Hombre, yo no me siento aludida, puesto que esos monólogos que mencionas no los he hecho jamás, siendo mucho el cariño. Tampoco hablo con las plantas, pero me ha encantado lo de la Ilíada, menudo desarrollo más culto para ellas. Lo que no se te ocurra a ti…Besotes
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Dudosa ocurrencia, Pilar. Quizá La Odisea habría sido lectura más apropiada… Abrazo.
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Oye, que me ha encantado.
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Muy bueno, Gustavo. Yo asisto a diario a este tipo de diálogos que me parecen poco sensatos y más bien estúpidos. Deberíamos dejar de intentar convertir a las mascotas en humanos.
He visto a muchos perros «con cara de aburrimiento» mientras sus dueños se van de tiendas con ellos o los obligan a esperarlos mientras se toman una cerveza.
Creo que serían más felices corriendo libres por el campo, en vez de estar encerrados en un probador mientras su dueña les pregunta si les sienta bien la blusa o no. Es de locos.
Un saludo.
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Habrá que esperar que los sapiens evolucionemos… si el cambio climático nos deja tiempo.
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