En el curso de nuestra trayectoria vital, la mayoría nos esforzamos en mejorar el resultado del propio trabajo y alcanzar las metas proyectadas, afianzar las aficiones persiguiendo la satisfacción por lo conseguido o, por lo que hace al entorno, procurar amabilidad y empatía en espera de reciprocidad. En dicha línea, tal vez empleemos parte de nuestro tiempo para una dedicación compartida con otros y así conseguir alcanzar objetivos comunes, pero de ahí a la generalización, tras asumir la propia capacidad para influir y organizar en muchos aspectos el futuro de todos, media una distancia que es la que distingue al común de los ciudadanos/as respecto a los políticos. Y ello sucede sea cual fuere la geografía que elijamos para el análisis.
La aceptación de cualquier responsabilidad para con el conjunto de coetáneos, a tenor del Ministerio que a punta de dedo haya tocado en suerte al agraciado, sugiere que los nominados mandamases subordinan sus eventuales habilidades (caso de tener alguna, porque según escribiera Maupassant en Bel Ami, son los fracasados quienes suelen hacerse diputados) y conocimientos al ansia por el todo,
y la convicción -siquiera aparente – sobre su idoneidad para cualquier cargo, evidencia que el narcisismo es lo que prima en ellos junto a la seguridad, en palabras de Gómez de la Serna de que, sin necesidad de alguien más en el banquillo, podrán tocar el piano a cuatro manos.
Un ego sin medida ni fronteras suele ser la común característica de los tales, al extremo de importar menos su preparación que esa personalidad sin trabas y presta a crear coordenadas que converjan en ellos con independencia del encargo asignado. Por sobre su currículum, el peloteo y las ganas de figurar.
Así, hemos visto en el anterior Gobierno del Estado a un filósofo supervisando la sanidad del país, a un licenciado en Filología Hispánica frente al Ministerio de Política Territorial, una abogada para la Transición Ecológica, que ya me dirán; médica como ministra de Hacienda o economista en Cultura, aunque tal vez mejor que el predecesor, aquel Iceta sin más que el bachiller a sus espaldas. Como puede deducirse, a condición todos de un amor desmedido por su ombligo y fidelidad al jefe en cualquier circunstancia. Y así nos va.


Muy bueno, así es y así nos va…..
Estamos gobernados por mediocres, sin preparación para sus cargos.
Ya no se sabe qué ideología defienden a parte de su propio ego…y su puesto
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El problema probablemente radique en la propia estructura jerárquica de los partidos políticos, basada en el “culto” al líder… en la misma manera que el Comité Central del Partido Comunista Chino, el Ruso o el Norcoreano.
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Bien el artículo, pero no se acaba de entender la selección de imágenes. Poner a Pablo Iglesias como ilustración de «poca preparación», cuando tiene una doble licenciatura en derecho y ciéncias políticas y un doctorado en ciéncias políticas parece una decisión atrabiliaria. O tal vez lo que se quería criticar es la selección de subalternos a dedo, pero entonces tal vez habría que apuntar a quien firma esas decisiones, que es el presidente y no el (ex)vicepresidente.
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Ambas fotos, él y Trump, pero podría cambiarlos por otros, como ejemplo de egolatría, de lo que van los dos sobrados…
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