Las madres no suelen perder nunca la paciencia cuando de sus hijos se trata, y así lo he comprobado no sólo con los nuestros. Cualquiera de ellas acostumbra a mantener una actitud receptiva y contemporizadora en circunstancias que a otros nos sacarían de quicio, y las evasivas e incluso silencios, como respuesta a su preocupación, no hace sino estimular el esfuerzo con que procuran evitar lo que presumen situaciones de riesgo. En tal hipótesis e incluso si hay otros implicados – amigos del adolescente, el propio marido…-, no hay desatención que las desanime o haga ceder en su esfuerzo por controlar lo que suponen podría ser un problema. Jamás pondrán fin a la llamada telefónica aunque el pretendido diálogo no obtenga las oportunas respuestas y sus advertencias o sugerencias parezcan caer repetidamente en saco roto, como tuve ocasión de comprobar el otro día y ya entrada la noche.
– Hijo: ¿dónde andas?
-Por ahí…
-Pero es que ya es muy tarde y se te va a enfriar la cena… ¿Estás solo?
-No.
-¿Con quién?
-Qué más te da…
-Si es con tu padre, dile por favor que se ponga. Le he llamado a su móvil pero no me contesta. ¿Lo tienes cerca?
-Sí.
-Pásamelo, venga. Que te acompañe él a casa o voy yo a buscarte donde me digas. Lo que prefiráis. Ya sabes que no me gusta que a estas horas… ¿Me oyes?
-Claro.
-Pues déjame hablar con él. ¿Sí? ¡Menos mal! Escúchame: el niño tiene que irse ya a la cama, que mañana tiene cole. ¿Me lo puedes traer? Desde que nos separamos parece que hayas olvidado cómo educarlo. Lo dejas aquí, en la puerta. Me llamas al timbre y no hace falta que subas. Bajaré yo y te vas.
-Veremos… -Como bien sabemos, los hay que únicamente oyen lo que les apetece.
– ¡Cómo que veremos! Sigues yendo a lo tuyo como siempre, pero creo que nuestro hijo es cosa de los dos.
-¡Ya!
-Pues obra en consecuencia… ¿Estamos?
Así discurría el asunto entre los tres, sin que sea preciso conocer el final para percatarse de las diferencias. El adolescente a su aire como muchos de ellos acostumbran y, por lo que respecta al divorciado, la frase de Góngora, modificada en su final, le sentaría como anillo al dedo: “Gloria me ha dado hacerme oscuro”. Distante y hermético, mejor. Por cierto que, con tales mimbres, no cabe duda de que habrá otra vez. Y algunas más, con distintas madres como protagonistas, en esos caminos que pueden resultarles tan cuesta arriba.




Muy buen post.(bacon)
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¡Bien, Bacon! Te comeré frito y con patatas…
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