Desde que los humanos andamos a dos patas o quizá incluso antes, prima entre nosotros el individualismo, la apuesta por lo más ventajoso para cada cual y, desde esta egocéntrica perspectiva, se convierte en regla la fragmentación: el subrayado de las diferencias para poner en valor aquello que nos concierne y alineados con Radovan Karadzik cuando afirmó que la historia, si no es la nuestra, no debiera existir. De ahí se derivarán enfrentamientos, resentimiento, depredación sobre el más débil y enemistades cronificadas en un almacén de afrentas, odios y barreras entre hermanos, vecinos, barrios, comunidades y países.
¿Qué hacer? Se vienen apuntando reiteradamente sugerencias sin que hasta la fecha pueda apreciarse cambio alguno. Pero no estamos subordinados a directrices que supongan terminar con la esperanza de un futuro distinto y, por ello, sería obligado cambiar de paradigmas, dar alas a la solidaridad para con un colectivo universal y alimentar la identidad sin ataduras. Afortunadamente – Borges – no nos debemos a una sola tradición, de modo que asumir e identificarse con este caleidoscópico mundo permitiría manos unidas y proyectos sin fronteras, comunes entre diferentes por lengua, color de piel o pertenencia a creencias varias, si aceptásemos ensamblar todas ellas en un horizonte de igualdad con nuestros coetáneos.
Convertir en realidad cualquier quimera se antoja empresa difícil pero, de afectar a todos, debería ser prioritaria y en consecuencia habría de considerarse el bien común como primer objetivo, buscando consensos universales por sobre nacionalismos u otros apriorismos en aras del beneficio a expensas de terceros.
Cierto seguramente que, como afirmaba la escuela escéptica en Grecia, no es posible demostrar la verdad de nada, pero limpiar las propuestas de egolatrías e intenciones solapadas haría, de la intención por alcanzar mayores cotas de justicia social en este mundo nuestro, una convicción inexpugnable y, seguramente, certeza inmune al disenso. Aunque pueda sonar a discurso vaticano o propio de aquellos que pretenden hacerse con el poder y, una vez conseguido, borrón y cuenta nueva. ¿Que el empeño común tendría un precio? Por supuesto, pero correría a cargo de los que podrían/mos – y deberíamos, de apostar por él – pagarlo. Aunque hasta aquí, incluida la presente reflexión, no pasemos de las palabras mientras siguen las masacres y una globalización para el mejor negocio de algunos.
Sensacional. Soy bacon
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Es un orgullo estar en sintonía contigo, Bacon.
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La imposibilidad de la utopía que planteas radica en lo señalado en el comienzo de tu reflexión: «prima entre nosotros el individualismo». A partir de ahí y sin mas consideraciones, tú mismo.
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Cabezazos contra la pared…
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razón tenéis amigo Gustavo
tan difícil es consensuar pactar tolerar apoyar aportar y todo lo q mejore el conjunto y no el ombligo propio ?
se ve q si
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