Conforme aumenta la edad, el destino de cualquiera implica que se vaya ensanchando el silencio que le rodea. Primero se fueron abuelos y padres, aunque para enfrentar esas pérdidas suele quedar aún mucha vida por delante y, en consecuencia, posibilidad de ensamblarse en relaciones varias que nos acompañen. Nada que ver con aquellos vínculos perdidos, pero hay que seguir, y crecen olvidos que, siquiera a ráfagas, suavizarán el tinte de las emociones que nos acompañan.
Después, de tenerlos, serán los hijos/as quienes se alejen y, si casados, las visitas se irán espaciando aún más, comenzando a crecer, en la cabeza de los progenitores, un manual de ausencias que será referente similar al diccionario que, según Auden, se llevaría si fuese relegado a una isla desierta.
De venir nietos traerán consigo, al llegar a casa, un tiempo que será remedo del de sus padres cuando eran niños, pero representarán para la mayoría de nosotros el último eslabón de una cadena familiar -propia de algunas culturas, porque en otras el aislamiento se produce mucho antes – que, llegados a la adolescencia, se diría ya en vías de quebrarse para los abuelos. Es también el mirador desde el que recordar proyectos ultimados, dar vueltas a dudas sobre un futuro que se acorta y lamentar la pérdida de tantos amigos desaparecidos durante esa madurez que podría asemejarse a la de la fruta en el árbol cuando las vecinas comienzan a caer, augurando el previsible destino de todas ellas.
Sin embargo, nada de pesimismo, porque creo que no lo es el enfrentar nuestra deriva sin ambages y asumir una realidad que Quasimodo dibujó con claridad: “Cada uno está solo sobre el corazón de la tierra…/ y de pronto anochece”.
No obstante, hay también algún que otro recurso para echarle un pulso al futuro. La aceptación de quienes somos, cómo nos hemos hecho y, siquiera a ratos, duplicarse para hacernos mutua compañía y poder dialogar, haciendo de la creciente soledad un relajante escenario, es estrategia que puede resultar. No podremos evitar, seguramente, que renazcan de vez en cuando duelos solapados y que la memoria alumbre alguna tristeza. Por ello conviene aprender a salir de uno mismo para, entre los dos que seremos, hacer más fácil la asunción de desapariciones y alejamientos. Y es que, de no estar solos y poder dialogar con nuestro otro yo, el ocaso de Quasimodo se hará más llevadero.

Me gusta, el capitulo de los amigos que sobreviven esta descuidado
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Tendría que haberme extendido más, ¿no?
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joder casi lloro
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Deja fluir tus sentimientos…
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