Una mayoría de los encaramados al trono iniciaron su periplo sin ella, o la poca que se le podía suponer a alguno que otro – por los partidarios de la monarquía – terminó por esfumarse cuando el coronado de turno la ingresó en el extranjero convertida en dinero, en elefante allá por Botswana o la dilapidó definitivamente entre los muslos de algunas amigas.
Otros son meros figurones, sin mayor mérito que el derivado del árbol genealógico y lectores de discursos preparados por su negro de turno. Pero hoy voy a dejarlos a un lado, entre los desperdicios de tanta cena copiosa, para referirme a los Magos de camello y manejando regalos otros que los propios.
Los Reyes rodeados de esa magia que alegró nuestra infancia; aquellos años, para Gerardo Diego, sin tiempo y sin memoria. Cuando ya adultos y con descendencia, anunciábamos su próxima aparición para mantener la ilusión de nuestros hijos y después de los nietos; sonrisas y expectativas en sus insomnios que nos contagiaban hasta que, un mal día, la realidad abría sus ojos y nos sumía de nuevo en esta cotidianidad carente de misterios y milagros.
Es en esa espera de su llegada a través de la ventana, con las pastas en el suelo de la habitación y una copa junto al zapato, cuando puede aceptarse sin empacho lo que afirmó Javier Tomeo en su novela “El cazador de leones”: Valen más aquellas mentiras en las que creemos, que unas verdades que no terminan de satisfacernos. Y es sin duda lo que pensaría mi hijo cuando el suyo , hace un par de semanas, se le acercó con cara de circunstancias.
-Papi: los Reyes Magos sois vosotros: tú y mami.
-¡Pero bueno! ¿Por qué me dices eso? ¿Quién te lo ha contado?
-En el cole todos lo saben…
Mi nieto le miraba fijamente y no es posible asegurar si la noticia lo había decepcionado o estaba todavía en espera de confirmación. Lo cierto es que su padre, durante el desayuno conmigo y a pocos días de unos regalos que antes venían de Oriente, fue quien contagió el relato con algo de tristeza. Llegado su hijo a cierta edad, le había ocurrido lo que a mí con él: ya no podremos ejercer de Magos y, en consecuencia, algo cambiará a pesar nuestro tras ese punto y aparte. Que el cambio afectase también a los de palacio y chófer gracias al apellido, llegados los súbditos a vislumbrar cuánto de teatro hay en su posición, sería una consoladora contrapartida por hacer la verdad extensiva más acá de Belén y los magos.