Es sabido que el sol y la luna mantienen una férrea disciplina en sus salidas o puestas, que los humos no permanecen quietos, las aves mueven sus alas… En cuanto a nosotros, comer y dormir por supuesto, pero en mi caso quiero referirme hoy a otras reiteraciones diarias: costumbres sin las que la cotidianidad se me haría cuesta arriba como supongo les sucede a muchos de ustedes, aunque las elecciones puedan ser distintas. Y quizá cabría preguntarse el porqué, pero qué quieren: asumidas las manías, no puedo concebir mi estar sin ellas.
No me alojaría en ningún pueblo sin bareto, y es que no concibo mejor alternativa, al caer la tarde, que la cañita junto a otras mesas mientras observo a los transeúntes. Si he de coger un avión, mi asiento junto al pasillo, pero ventana cuando en autobús. Y para dormir, imprescindible balcón o cristales a mi izquierda, con vista al exterior, cuando acostado y boca arriba. Durante las horas de vigilia, un mínimo de diez mil pasos con el inseparable contador, y no se me ocurriría salir – móvil, monedero para el periódico y un cupón de la ONCE – con camisa que no disponga de bolsillo pectoral, libreta, boli y lo mismo en la mesilla de noche. Ya en casa, el post cada lunes sin excepción,
y en la mesa de trabajo, junto al ordenador, grapadora y calendario son obligados así como un palillo de dientes a mano; no abriré un libro si no dispongo de lápiz para subrayar o anotar y, tras la cena, dejaré preparado el desayuno para la mañana siguiente.
¿Enfermedad obsesiva? Pues de ser así no me preocupa, porque he conseguido sentirme bien cuando todo se sitúa y sale según lo previsto. Además, otros a quienes admiro, algunos ya fallecidos, han expuesto en alguna ocasión subordinaciones en parecida línea: una rosa diaria junto a García Márquez cuando se sentaba a escribir, la obligada ropa negra de Mario Bellatín o, entre otros caprichos, empezar siempre la nueva obra el 8 de enero (Isabel Allende), los lápices de Steinbeck tenían que ser redondos… Entenderán mi desacuerdo con Baltasar Gracián cuando afirmó que la repetición es carcoma que roe todas las cosas. Porque azar únicamente si no queda otro remedio y, en tal caso, con pinzas.

