En asuntos de importancia para el/la protagonista, el pragmatismo suele primar por sobre la sinceridad, que queda en mera apariencia. En tales casos, el amor declarado se sobrepone como tapadera al que uno se profesa a sí mismo y que ha convertido en cúmulo de aspiraciones en espera de su momento para hacerse con el santo y la limosna. Y es que, como venimos comprobando la mayoría, a Rilke le sobraba razón cuando escribió que el amor vive en la palabra y muere en las acciones, y ya ni qué decir si, encima, nos apuntamos al “ama y haz lo que quieras”, argumento con que Agustín de Hipona, teólogo cristiano elevado a los altares, podía justificar el hacer de su capa un sayo.
Para los políticos, el amor es engaño, y ahí está el diferente trato a las Comunidades a tenor de lo que puedan aportar en contrapartida a prebendas de tapadillo o menos. También por amor, las fronteras, concertinas, devoluciones en caliente o ganas de multar a las empresas que se fueron un día del lugar en que eran queridas, y el castigo, propuesto por sus antes acogedores amantes.
Y por proteger a la población se piensa meter mano al tabaco calentado y endurecer las advertencias en los paquetes de cigarrillos, pero no tanto como para prohibir la venta, fuente de beneficios que no cabe desperdiciar.
Por amor se mata de modos varios, y habrá quien, según las circunstancias, pueda cambiar caricias por arsénico.
Más acá de las flores, sé de un hijo que ingresó a su querido padre en una residencia para quedarse con la casa que habitaban ambos – ahora ese “ambos” incluye a él y su reciente esposa -, pero va a cambiarla a otra de medio pelo porque la actual resulta demasiado cara aunque se pague con la pensión y cuatro ahorros – ¿adónde irán a parar? – del progenitor.
Y años atrás conocí el caso de un enfermo terminal, en el hospital, que era visitado a horas distintas por esposa y amante; las dos con protestas de amor eterno y en pos de la herencia, así que, cuando un día y por casualidad se encontraron en la habitación del paciente, podrán imaginar la que se armó, en presencia del interfecto y con sus propiedades como eje de gritos y acusaciones mutuas.
O la sobrina que idolatraba a la tía soltera, sola y de avanzada edad. Así lo hacía saber a quienes la rodeaban, poniendo énfasis en cuánto la echaba de menos pues, aunque viviendo en la misma ciudad, el trabajo le impedía el beso a diario como hubiese querido. Diez años después de su última visita, encontró a la anciana, momificada, en la bañera. Todo lo anterior para evidenciar que la disección de los amores, para explorar sus entrañas, puede deparar sorpresas, aunque muchos sigan aferrados al “Dime que me quieres. Aunque sea mentira” y, acompañados del supuesto apego, terminen en la ruina, multados, durmiendo en la calle o momificados. Y es que la verdad, como sabemos, también se inventa.

