Las hay que para algunos pueden ser polisémicas, aunque no se identifiquen como tales en el diccionario. Es lo que a mí, como supongo que a muchos de entre ustedes, me sucede con ciertos vocablos que me vienen con un guiño o traen aparejada otra frase que se diría encadenada a ellos; a remolque, por volver al título.
Oír nombrar a una cotorra no es lo mismo que hablar de gaviotas y suscita un carraspeo o la sonrisa, no sé si me explico, aunque no entraré en detalles. Al leer “Vervigracia”, no puedo evitar añadirle que “El verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros” (huella de las clases de religión en la enseñanza primaria, seguramente), y al “variopinto”, sin duda, “lo edificó Chindasvinto”, aunque ignore de quién se trataba el tal.
Quiero significar que nombrar es, a veces, despertar lo que es inexistente más allá de uno mismo, aunque se ignore en muchas ocasiones el motivo de la relación y a que vendrá esa cola que trae aparejada la palabra, pese a que hay excepciones, y así, no sé por qué asocio “cimborrio” a un desastre,
un cristo de no te menees como decimos a veces, mientras que “Muy españoles”, como es obvio, irá seguido de “Mucho españoles” junto a la cara de Rajoy. O los políticos, como autores en su conjunto, a propósito de un “Evidentemente” que me tiene evidentemente hasta el gorro, al igual que su, reiterado hasta la saciedad, “En cualquier caso…”.
Pero me siento obligado, antes de terminar, a precisar que el tema de hoy ha surgido a propósito del detergente Norit y la canción dedicada a su propaganda, que oí recientemente al igual que cuando era niño. Es Norit algo inaudito/para dejar bien lavada/la ropa más delicada… Pero en la infancia lo cantaba como Es Norit el gounaudito…, por ignorar el significado o la misma existencia de la palabra inaudito y creer que llamaban a Norit con un cariñoso apodo. Entenderán por qué, hasta aquí, oír que algo es inaudito y volver a “Norit el gounaudito” siga siendo, para mí, inevitable.