Se incorpora a algunos caracteres de forma permanente o bien se emplea a tenor de las circunstancias. Puede depender del estado anímico y ser, tolerancia y cordialidad, resultado de la educación o consecuencia de previas experiencias que hayan demostrado su utilidad, de modo que surge en algunos espontáneamente mientras que otros podrán emplearla para lograr un objetivo o simplemente quedar bien frente a terceros.
Dicho talante no supone necesariamente estar de acuerdo y asumir una opinión dispar pero, frente a eventuales divergencias, comportarse con serenidad y esbozar incluso una sonrisa de vez en cuando, debiera convertirse en regla para transitar en sociedad, dado que, de dejarnos llevar por un primer impulso, el encuentro podría haber discurrido de modo muy distinto. Difícil en ocasiones, por supuesto, pero como asegurase en su día Joseph Conrad, donde hay voluntad se encuentra siempre un camino. En este caso, para conseguir el deseable equilibrio que facilite una interrelación sin mutuas heridas.
Bajo este prisma, convendrá evitar la agresión verbal y/o ridiculización, porque cortesía y respeto por la otredad no solamente se transmite a quien/es tengamos enfrente sino, más importante si cabe, empapa el interior de quien lo consigue, cimenta la serenidad con que enfrentar dificultades en el futuro y afianza la fe en uno mismo. Una terapéutica, la de incorporar la amabilidad al modo de ser, que termina por transformar a quien alcanza ese propósito y es vacuna contra el eventual arrepentimiento tras haberse propasado.
Sin embargo, no todos son/somos capaces de llegar hasta ahí, y es que, como se sabe desde antiguo, al que nace barrigón es inútil que lo fajen. Aunque esconder la panza se diría las más de las veces aconsejable cuando de dialogar se trata.