Así reza la canción, y digo rezar por mejor sintonizar con el tema. Para los creyentes, representar a Dios en la tierra no es ninguna bagatela. No se puede aspirar a más, así que imagino la de posiciones encontradas que habrán tenido lugar estos días entre los papables. Porque los habría, como en cualquier colectivo, humildes, orgullosos, reacios al cargo o deseosos de él aunque disimulasen.
¿Cómo juzgarán la decisión del Espíritu Santo tras la designación de Francisco? Los frustrados no podrán sino poner buena cara, aunque alguno pueda pensar que el baremo manejado por la paloma debería haber tenido en mejor consideración los méritos que él atesora. Otros habrán suspirado con alivio, se felicitarán por un resultado que ya se verá, porque los designios divinos son inescrutables, o estarán aún recobrándose de la inicial sorpresa.
¿Y Francisco? Quizá en su fuero interno no se lo explique. Tal vez tuvo erecciones de madrugada, años atrás; en tiempos de la dictadura militar mirase hacia otro lado o preferiría seguir cogiendo (perdón: tomando) el autobús en su Buenos Aires. ¿Creerá realmente que es el idóneo, o asumirá el error de su nombramiento por no dar tres cuartos al pregonero?
Nunca lo sabremos. Lo seguro es que la paloma habrá vuelto al nido aligerada después de semejante trago. Porque menudo coñazo con esto de las dimisiones en vida. A no ser que fuera ella misma quien inspirase a Benedicto porque ya no daba pie con bola. Tampoco lo sabremos.