Muchos recordarán, en tiempos de infancia o adolescencia y por lo general entre los chicos, el entretenimiento con cuerda de por medio. Un grupo en cada extremo y a tirar con todas nuestras fuerzas hasta comprobar quiénes conseguían arrastrar a sus contrarios. Recordado con la perspectiva de los años, no deja de resultar un algo metafórico, para los tiempos que seguirían, que ganar fuese retroceder y a la inversa: quienes avanzaban es que iban perdiendo.
No considerábamos por entonces que la victoria fuera una estúpida ilusión. Porque habría una siguiente vez con resultado quizá distinto ya que los bandos no eran inmutables; y otra más, y de nuevo al poco… Con el añadido de que llevarse el gato al agua, marcha atrás, podía suponer meterse en el barro de una charca que no se podría rodear, mientras que la derrota permitía una mejor visión para evitar el contratiempo.
A lo que se aprecia, la experiencia de la soga ha servido de poco porque se repite entrados ya en la madurez. Los grupos, los Partidos por llamarlos como se estila, las coaliciones o los visionarios, ganan un buen día y se llenan de lodo hasta las entretelas al tiempo que ponen a los perdedores a bajar de un burro; pierden en el siguiente embate y serán entonces ellos los denostados, aunque ni unos ni otros aprendan lo suficiente como para cambiar sus comportamientos: ya que no en el juego -más bien un esperpento-, siquiera en el tono con que se interpelan. Continúan entre charcos y traspiés con tal de hacerse con el momio y/o reforzar su egolatría, sin que haya final previsible ni argumento que los disuada.
Encima, alguna vez la cuerda podría romperse y no me refiero sino de pasada al Estado y el soberanismo catalán, uno a cada lado. En síntesis: un espectáculo que movería a compasión sino fuera por la reiteración y, entonces, el disgusto. Quizá todo dependa del pie con que nos levantemos. O de las emociones: nunca buenas compañeras de haber cuerda entre nosotros.
PD: el siguiente post tardará unos días porque estaré de viaje. Ya les contaré.