Las discrepancias entre individuos y colectivos son, además de habituales, convenientes, toda vez que la unanimidad puede ser exponente de una homogeneidad analítica que denote simplismo y ausencia de alternativas para la mejora. Se trataría pues de, frente a opiniones o posturas encontradas, conseguir el equilibrio. Ese era el secreto del Universo para Empédocles y, sin apuntar tan alto, domar las divergencias con ideas vehiculizadas por la palabra debería ser el objetivo para convertir la inicial disparidad en un nuevo escalón hacia el progreso; a través de un esfuerzo recíproco de comprensión y, si se revela difícil o insuficiente, apelando a la mediación.
No obstante, cualquiera sabe que mediar no es muchas veces empresa sencilla. Bien por el encastillamiento de las respectivas posiciones en una autosuficiencia que no es nunca buena consejera, bien porque al mediador no se le haya facilitado la necesaria información sobre los entresijos del problema, carezca de la adecuada formación o, en ocasiones, su talante le haya llevado a tomar partido de antemano y, a modo de ejemplos, angustias, rencores o ideologías pueden transformarse en barreras de complicada superación.
El mediador es en determinadas situaciones imprescindible, aunque su tarea pueda acabar también en fiasco: por el tema en cuestión -el entusiasmo de cada quién por sus apuestas no suele ir ligado a la objetividad y no es posible razonar con quienes no basan sus premisas en el razonamiento- y quizá por carencias del hipotético árbitro, portador de prejuicios o falto de ideas y habilidad para acercar actitudes sin emplear premisas que ofendan las tesis respectivas en lugar de aproximarlas. En estos meses, desde los conflictos rusos y americanos hasta el soberanismo catalán, se echa en falta la oportuna mediación y tal vez obedezca a la ausencia de personas u organismos competentes en dicha labor que seguramente precisa, como se ha sugerido con relación al trabajo creativo, de un 1% de inspiración y, el 99% restante, agobiante transpiración. En tales condiciones, quizá la vocación sea imprescindible y casarla con la aptitud, una titánica empresa. Y es que no parece que abunden, siquiera por estos pagos, vocaciones sudoríparas por sobre el sueldo o la primacía de la propia imagen.
Creo que tú mismo dudas sobre las posibilidades de la mediación, al apuntar que el árbitro puede ser «portador de prejuicios o falto de ideas y habilidad para acercar actitudes sin emplear premisas que ofendan las tesis respectivas en lugar de aproximarlas». Dudas que se refieren, en tu escrito, a las cualidades del mediador, pero que yo extendería a la propia posibilidad de mediación.
Creo que existe suficiente teoría y práctica sobre la mediación y, sin duda, mediadores excelentes que podrían ayudar a encauzar el conflicto Catalunya-España. Pero, a mi entender, como en la mayoría de los conflictos sociales-políticos-económicos, la cuestión de fondo se refiere a poder y a intereses, y, como suele ser habitual, la parte más poderosa suele ser más propicia al uso de la fuerza que de la razón, por más que trate de disfrazarla tras un relato tranquilizador sembrado de buenas palabras. Nada nuevo en la Historia. Más allà -o antes- de todo ello, existe a mi entender un problema profundo que hace francamente difícil el diálogo: que la visión predominante en uno y otro lado, de lo que es y deberia ser España y Catalunya (dentro o fuera, esta, de la anterior), son radicalmente diferentes, por lo menos desde finales del XIX. Me recuerdan de algún modo, con todas las salvedades, los paradigmas científicos de Thomas Kuhn, entre los que, según este filósofo de la ciencia, se establece la confrontación a partir de las insuficiencias explicativas del paradigma dominante, que acaba por ser substituido por el alternativo, emergente, cuando este propone soluciones suficientes que superan tales deficiencias. En tal conflicto, tiene poco sentido la mediació. En fin, una comparación, la de los paradigmas kuhnianos, que creo que puede aportar bastante para ayudar a entender lo que pasa.
En cualquier caso, para los ciudadanos «normales», que vivimos el conflicto con interés y preocupación, cuando no angustia, creo que una buena regla para la comunicación constructiva podría ser tratar de ser «mediadores de nosotros mismos». Olvidarnos de intentar, antes que nada, proclamar nuestras razones y valoraciones, para, en cambio, escuchar atentamente las del otro. Con la razón y también, por qué no, con los sentimientos. Y, en cualquier caso, como dicen los catalanes intentar «que ningú prengui mal».
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Pues sí. En aras de la síntesis, uno de los objetivos de la mediación…
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Es tan dificil ser mediador Dr Gustavo
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Efectivamente… Incluso en familia, entre amigos… Se precisa de buena disposición y no es la actitud habitual cuando se ahondan las diferencias.
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No se puede mediar cuando una parte es monárquica con vocación de imperio y autoritaria y la otra parte es republicana nacionalista democrática y pacífica.
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Lo de democrática y pacífica daría para una larga conversación. Creo que el planteamiento es sesgado y no se corresponde con el análisis objetivo de lo que viene sucediendo. Porque muchos, en contra de la violación de una constitución democrática, no somos monárquicos ni tenemos en absoluto vocación de imperio… Más moderación, un talante más abierto para entender las divergencias, menos adscripciones ofensivas, análisis de los errores por una y otra parte… En suma: escuchar, admitir que las verdades no caen siempre del mismo lado y, de ser el caso, si no queda otro remedio, que alguien capacitado se sirva mediar. Porque esto tiene visos de convertirse en una pesadilla de nunca acabar. Por lo menos a gusto de todos, que sería lo deseable.
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De acuerdo con zéfir: no es falta de mediadores ni de formación, es falta de interes en encontrar posturas conciliadoras. De acuerdo también en la propuesta de menos proclamas y más orejas.
Entretanto, paciencia
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Nadie quiere dar su brazo a torcer , nadie quiere parecer débil pero ninguno, creo, se da cuenta que la terquedad no es una virtud y que el más débil suele ser el que más improperios lanza pues no tiene razonamientos válidos y se encierra en una dialéctica en espiral que no soluciona la cuestión. Y esto es válido pora ambas partes, – solo mi yo es el centro del universo y el que está en posesión de la verdad-.
A la larga siempre, como en todos los conflictos, se trata de un asunto económico, disfrazado tras las cortinas de asunto religioso,lingüistico,territorial, pero al final siempre está el dinero asomando su patita pintada blanca de harina, para que le abran la puerta los confiados habitantes de las casas .
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A propósito de esto Millas escribía un artículo el otro día en el Pais q era divertido; iba sobre esa «enfermedad» q consiste en tener q llevar siempre la razón, profesionales de las diiscusiones, lo q se sufre etc
Tenía gracia el articulo
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Lo leí y, efectivamente, hay mucho de lo que comentaba…
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