Hacía muchos años que no volvíamos a reunirnos todos durante unos días. Nosotros, los padres, con hijos y nietos, así que la ocurrencia de mi mujer, un viaje en crucero, no ha sido sólo para visitar unas cuantas ciudades a orillas del Mediterráneo sino, sobre todo, para gozar de su compañía y esa estrecha convivencia que rememoró un pasado que, para los más pequeños, es desconocido más allá de las historietas con que acostumbran a entretenerlos sus abuelos.
Creo que todos hemos gozado de bienestares varios: los mayores de nuevo juntos en las sobremesas y, los niños, deambulando a su aire por cualquiera de los 15 pisos, con habitaciones donde dormir sin adultos de por medio y, según me espetó el menor de todos, por fin “Libre del encarcelamiento en que me han tenido mis padres en España”. Cada uno de los cuatro, entre los 10 y los 15 años, fue encargado de encandilarnos con sus explicaciones sobre la ciudad que le correspondió estudiar de antemano: Génova, Pisa, Florencia, Nápoles…
Luego, de regreso al barco, esparcidos y desaparecidos durante horas entre futbolines, jacuzzis y comedores donde ponerse las botas sin perrito que les ladrase. “¡Eh, brother: quieres una pizza?” “¿Mis primos? Ni idea. Yo me voy con Pedro, un amigo nuevo…”. Lo cierto es que ha sido un disfrute mayúsculo tanto en tierra como embarcados, solos o junto a ellos, y únicamente hubimos de distraer su atención cuando, en Pompeya, al guía le dio por entrar en detalles sobre los 53 prostíbulos que existían en la ciudad que fue.
Ya de regreso, la última noche, una oscuridad sobre el mar que contrastaba con las luces que iluminaban las experiencias vividas por todos, según aseguraban al tiempo que volvían la memoria desde el Vesubio a la Piazza del Plebiscito, en el centro de Nápoles y donde, con mi nieto Gustavo, el mayor, engañamos a su madre haciéndole creer que, en el bar donde nos detuvimos los dos, se retrasaban tanto en traernos las bebidas que tal vez no llegaríamos a tiempo para el embarque. Ahora y mientras escribo estas líneas, de nuevo en casa, ignoro si habrá una próxima vez en que volvamos a estar juntos sin excepción alguna, pero me conforta la seguridad de que la experiencia nos sobrevivirá; permanecerá en la memoria de todos y, con ella, el cariño que presencialmente hemos compartido.
una experiencia singular y a tiempo. toos la ecordara y sera dificil de repetir enorabuena xavier bosch
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estupenda idea .. os tengo una envidia sanissima.. los recuerdos son para luego contar y recontar lo vivido 😅
Feliciidades tambien a tu mujer!
birgitta
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Birgitta: hay plazas en el próximo, o sea que, si te animas… Un abrazo.
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Hola Gustavo,
Cómo me alegra leer estas líneas. Viajar, compartir, familia… planazo! Un enorme abrazo a la ocurrente Luisa a la que como a tí añoramos a menudo. Os queremos con locura,
Marisol, Bethy y Javier.
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Os echamos de menos y os recordamos también con mucho cariño. ¿Quizás, algún día, de nuevo a Etiopía? Un abrazo muy fuerte a los tres.
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Felicidades Gustavo y Luisa!!! Magnifica familia.
Jose Manuel
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Magnífica experiencia, y una idea estupenda. Conseguir reuniros varios días parece complicado, me alegro mucho que lo hayáis realizado.
Ahora soy yo la que sale de viaje. Y recién abuelos, espero poder realizar un viaje aunque sea un fin de semana. Besosssss
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Ya me contarás de tu viaje. Un abrazo
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Más sencillo, pero con muchas ganas: Extremadura, aunque ya no pillamos los cerezos en flor.
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Me encantó Mérida en su día. Y el valle del Gerte, precioso aún sin los cerezos en flor…
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Qué suerte Gustavo. Precioso paseo y reunión familiar. Seguramente quede de recuerdo para toda la vida de todos. Mis felicitaciones. Guillermo M. de Uruguay. besos 😙
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Un abrazo, Guillermo. ¡Y cómo me gustaría volver a Uruguay…!
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