Afirmaba Nietzsche que lo que no mata nos hace más fuertes, y es algo que me he visto forzado a asumir tras experimentar – en este caso sin las connotaciones machistas propias del título – las consecuencias de una inesperada cojera que fue en aumento hasta impedirle la deambulación, precisar silla de ruedas y, con su progresiva mejora, muletas, mientras que la situación me obligaba a admitir que el hombre (varón, no fueran a generalizar), como dijera Wallace Stevens, es un eterno principiante.
Quienes hemos alcanzado cierta edad, crecimos en un entorno donde las labores domésticas eran cosa de ellas y prácticamente en exclusiva.
Ya comenté, semanas atrás, sobre la recurrente pregunta de “¿Qué hay de cenar, nena?”. Por lo demás, nunca, en los años de adolescencia, vi a mi padre frente al fregadero o con la escoba, y sí, cuando sus dos hijos volvíamos al hogar durante las vacaciones de la Facultad, en otra ciudad, dirigirse a nuestra hermana en cada regreso, llegados los postres, con una amable y repetida orden: “Anda: levántate y tráeles a estos una copa de Fundador”. Muy en la línea de Creonte cuando opinaba, respecto a Antígona, que las mujeres deben comportarse como tales y no andar sueltas porque, entre otras lindezas y de atenerse al refrán, La mujer en la cocina es una mina.
Con tales mimbres en el pasado, que todavía impregnan el presente de muchos, he de confesar que tampoco yo me había planteado colaborar en los trabajos del hogar como obligación entre iguales, y mis habilidades se circunscribían a unas cuantas tareas de escasa enjundia hasta que su lesión en la rodilla me enfrentó a esta incompetencia con la que he debido luchar por necesidad y, debo remarcarlo, también al cobrar conciencia de que, ante su situación, mi cariño debía traducirse en algo más que organizar las citas médicas o ayudarla para llegar al lavabo. No me atreví con la comida porque en el pasado y pensando en otra cosa, al intentar dar la vuelta en la sartén a una tortilla de patatas la estampé en el techo, así que compraba ya hecho lo que suponía pudiera gustarle más: pescado al horno, alitas de pollo (“¿Otra vez lo mismo?”), ensalada de cangrejo…
Y he intentado durante unas semanas disminuir la subalternidad respecto a mi mujer con otras ocupaciones de primera necesidad: barrí y pasé la aspiradora, hacía la cama y se la dejaba abierta, la vajilla limpia, ordenada… Y siempre cercano por si me necesitara o llamasen a la puerta.
Me he comportado de tal modo que, a más de haber expresado con hechos el amor, he aumentado el respeto hacia mí mismo. Hice cuanto pude, lo vi en sus ojos y es recompensa más que suficiente, de modo que procuraré mejorar en la línea descubierta
porque cimenta ternuras. Sin embargo, aún me planteo de vez en cuando si en el futuro deberé asumir dos posiciones encontradas: apagar la luz con mayor frecuencia y, por demostrar este nuevo talante, empezar a orinar sentado como, según cuenta Herodoto, hacían los hombres en el antiguo Egipto.
Una pronta recuperacion amigos
Xavier Bosch
Me gustaLe gusta a 1 persona
Estamos en ello. Un abrazo.
Me gustaMe gusta
Nunca es tarde si la dicha es buena…..
Que se recupere pronto y que tu avances en las tareas domesticas
Un gran abrazo para ti y para Luisa
Me gustaLe gusta a 1 persona
Nunca es tarde si la dicha es buena…..
Que se recupere pronto y que tu avances en las tareas domesticas
Un gran abrazo para ti y para Luisa
Belen Ojeda
Me gustaMe gusta
Belen: una alegría saberte curioseando el blog. Todo va mejor: su cojera y mis habilidades en la cocina. Un abrazo fuerte.
Me gustaMe gusta