Ya escribí sobre el tema tiempo atrás, pero los asesinatos no cesan y sus autores siguen cabezones y con igual empeño: en un trece multiplicado por más de cuatro en los últimos años: como uno por semana de media, lo que supone entre 50 y 60 crímenes anualmente y sin visos de progresivo descenso que procure esperanza porque, desde la antigüedad, la misoginia sigue permeando a muchos hasta fecha de hoy.
Filósofos y escritores albergaban desde tiempos remotos la convicción de un género masculino superior y no tenían empacho alguno en declararlo. Según Hesíodo, los hombres existían antes y sólo hubieron de convivir con ellas cuando Zeus creó a Pandora como castigo a la humanidad. Para Aristóteles la hembra era un macho mutilado y carente de alma, maestras del mal según Eurípides, no debieran andar sueltas (Creonte) y, muchos siglos después, Nietzsche aconsejaba no olvidar el látigo al acercarse a cualquiera de ellas.
Por lo que hace a las creencias religiosas, están impregnadas igualmente del sexismo descrito: los cristianos hicieron nacer a la mujer de una costilla del macho, los musulmanes para qué hablar y en cuanto a los judíos, les prohíben estudiar la Torah. En semejante contexto, no es de extrañar (la evolución, como puede apreciarse hasta la fecha, es más que discutible en muchos aspectos) que en este país la Universidad les estuviese vetada hasta 1910 – mucho tiempo, desde los antiguos griegos antes citados – y el derecho a voto hasta 1931.
No obstante, tampoco en el siglo veinte o el actual se ha terminado con la discriminación, base de esa violencia que es dolor y lacra en un claro remedo del pasado. Baste considerar las manifiestas diferencias en la conciliación entre sexos, salarios muchas veces menores para las mujeres… A modo de ejemplos y por concretar en cifras, sólo un 15% de ellas, frente al 85% de varones, han obtenido el Premio Nobel de Literatura, porcentaje que disminuye al 6% en áreas científicas.
Todo lo anterior, para subrayar que la violencia machista ha crecido y lo sigue haciendo en un contexto de desprecio y segregación, aunque para acabar con la misma serían imprescindibles otras medidas que la mera reflexión al respecto. La educación contra la aún vigente misoginia se antoja imprescindible, pero lo visto por los retoños en algunos domicilios podrá anular el esfuerzo escolar o mediático al discurrir por otros derroteros, y la violencia de género, verbal o traducida en comportamientos, seguir impregnando la conciencia de los descendientes.
En consecuencia, el castigo ejemplar se diría inevitable y, para el crimen machista, nada de 20, 30 años de cárcel e incluso menos si se consideran los atenuantes de alteración mental o confesión. Prisión permanente. En todos los casos y sin revisión que valga. Tal vez así, como mecanismo de disuasión, ese trece del enunciado pasaría a sólo una cifra en el próximo futuro por llegar porque, lo que es a cero…


Hay muchos factores sobre los que se puede actuar en cuanto a la violencia machista. Si llevamos años denunciando, y crece, es que algo hacemos mal, ¿no?
Algunos ejemplos: endurecer el código penal, reforzar campañas de educación, actuar sobre las redes sociales con contenidos susceptibles. Sigo pensando que el contaje de los medios de comunicación ejerce un efecto llamada (…Si éste lo ha hecho, yo también, o más…).
Es un asunto complicado. Pero no inabordable. Lo que pasa que hay que tener empeño. Y no se tiene. Estamos en un momento donde todo movimiento político está abocado a la propaganda. Les damos igual. Todo les da igual.
Por eso pediría a los medios de comunicación que se intente informar de forma diferente sobre la violencia machista. A ver si este cambio de estrategia afecta pudiera afectar positivamente.
Mónica Cholvi
Me gustaLe gusta a 1 persona
Mónica: me parece una sugerencia muy acertada…
Me gustaLe gusta a 1 persona