Leí hace unos días un comentario sobre la preocupación de Pasolini, el cineasta. Hacía años que no veía luciérnagas -dijo a alguien-, y esas ausencias lo tenían inquieto. Inmediatamente pensé en los medios; en lo que oímos o vemos día tras día y que nos inunda con el agobio de lo reiterado hasta la saciedad: mentiras, vaguedades, exculpaciones interesadas, atentados contra la dignidad o la inteligencia…
Y, no obstante, hay luciérnagas. También llevaba tiempo sin ver sus lucecitas, pero, desde el comentario de Pasolini, me he fijado y las hay. Aunque no sean noticia. En un par de días he reparado en varias, casi inadvertidas y sin alharacas porque no son conscientes de su importancia. Aquel que no va a cejar en su empeño por sobrevivir, esos miles de firmas por una decisión justa… Tenemos que contárnoslas; decirnos dónde y cuántas hemos localizado porque sumadas, concentradas todas, traerán luz y esperanza.
¿Para qué poesía en tiempos de miseria?, se preguntaba el poeta. ¿Para qué luciérnagas? Porque las necesitamos para conocer, a través de sus débiles luces, que la oscuridad no es impenetrable y hay algo más. ¡Venga!: digámonos en qué circunstancias las hemos atisbado. A veces basta con mirar al vecino.
Menos mal que al menos tu ves una esperanza, en medio de la oscuridad en que nos metemos cada día, leyendo y oyendo tantas marranadas
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Yo creo que es cuestión de voluntad. De ver «el lado bueno de las cosas», por citar la película, aunque lo cierto es que muchas cosas no lo tienen o está demasiado camuflado.
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