Con su recuerdo, sí, que todavía me acompaña tras cuarenta años de ausencia. Se cumplieron hace unos días y el periódico mencionaba el fatídico accidente de avión en cielo francés. Fallecieron algunos mallorquines y, entre otros, Marino Parra, su esposa Margarita Balaguer y una hija de corta edad.
Marino fue siempre, para los amigos, «El pilo». Cursamos la misma carrera, vivíamos en la misma Residencia de Barcelona y era «Pilo» por pelota: por su afición a jugar al fútbol. Pero tenía otras de las que intentábamos alejarlo, con nulo éxito muchas veces, cuando llegaban aquellos agobiantes meses de los exámenes. Y es que a él le bastaba poco tiempo para aprobar; el resto, distribuido entre el dibujo y la pintura, la pilota con el club Tres Torres y unas largas tertulias que aún añoro.
Enfermé de tifus, me fui a casa unas semanas y, en mi ausencia, fue él quien preparó el terreno para que conociese a la que años más tarde sería mi mujer. «Tengo un amiguete enfermo -le decía-: cuando vuelva, te lo voy a presentar. Haréis buenas migas». Después de tantos años, lo que quisiera ahora sería poder decirme, a la estela de sus palabras: tengo un amiguete que se me fue demasiado pronto. Cuando vuelva, me gustaría poder abrazarlo muy fuerte. Siquiera en sueños.