Ya han pasado los Reyes y espero que se hayan portado bien, lo cual suele ocurrir y es precisamente uno de sus rasgos diferenciales respecto a la monarquía que nos aqueja: ése del comportamiento y la obsolescencia programada, en ellos y cualesquiera otros excepto los que hacen, del cargo, oficio y momio.
Los Magos desaparecen y, hasta el próximo enero, como si nunca hubieran estado siquiera en la imaginación. Es una característica, la fugacidad, compartida con otros muchos aupados a la realeza. Los reyes de la droga, de la mafia o del estraperlo en su día, pues hasta que los trincan o se van a disfrutar de sus latrocinios a cualquier paraíso fiscal y desaparecen del mapa; el Rey Midas pura entelequia, el rey del mambo es una designación transitoria y ni qué decir tiene del rey de la casa, entronizado sólo algún que otro rato y expulsado a las tinieblas en cuanto dejan de llamarle Rey mío.
Todos, repito, efímeros, incluídos los del ajedrez que sólo salen de vez en cuando. Coyunturales excepto si se aposentan y entonces, cuando dejan de incorporar a su presencia la característica esencial, la obsolescencia programada al igual que los Magos la pasada noche, la lavadora o el smartphone, empiezan los problemas. Que si a la hija me la va a imputar el rojeras de turno, que ni siquiera entre los grandes animales (si exceptuamos los del Gobierno) está uno a salvo de la maledicencia… Sin embargo, ¡qué fácil sería tomar ejemplo de sus tocayos! De cualquiera de ellos. Incluso muchos estaríamos dispuestos a que pudiesen elegir entre ejercer de estraperlista o viajar en camello y aceptaríamos dejarles, antes de irnos a la cama, una copita de vino y algo para la montura, cualquiera que fuera ésta. Pero, pasado un tiempo, a desvanecerse, por favor.
Como los Magos. Y es que lo de Rey mío no dura siempre. Ni siquiera entre los matrimonios mejor avenidos, así que imaginen lo que pensará a estas alturas el común de los ciudadanos de su Rey, otro que el de la noche o Melchor.
No sé quién ha escrito el diálogo de la foto del Rey con Cristina y Urdangarín, pero escribir HOYGAN por OIGAN no le deja a uno demasiado tranquilo; deben ser cosas de la ESO.
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Sí, algo raro, pero está en mayúsculas, y el error es demasiado evidente . ¿Tendrá un significado oculto? No sé si vale la pena pensarlo…
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Ayer el rey mostró el rostro de la obsolescencia en el la celebración de la Pascua Militar (celebración también candidata a «obsolescer»)…
A lo mejor presentía, no!, ya sabía los titulares en la prensa de de hoy.
Hecho que refuerza el título de este post. Qué clarividencia.
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Bueno: no hay que ser un lince para darse cuenta de que, para el susodicho, pintan bastos…
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