Me comentaban el otro día, y he podido comprobarlo más de una vez, que en muchas de las colas -unas que es obligado hacer por motivos varios, u otras discrecionales- predominan los extranjeros. No deja de llamar la atención porque, si bien es lo que cabe esperar en algunas (renovación del Permiso de Residencia, pongamos por caso, o en las oficinas de empleo si me apuran), ignoro para otras cuál pueda ser el motivo. Me refiero a la que hay que guardar para el DNI si no pediste hora por teléfono con suficiente antelación, en la caja del supermercado…
Hasta ayer mismo y de ser preguntado al respecto, habría aventurado que puede suponerse el predominio de nacionales o foráneos con relación al objetivo de la cola, e incluso cabría aventurar, en algunas, la ideología que predomina, con escaso margen de error. Si se ha formado cola para entrar en ciertas iglesias, más allá de unos pocos días señalados, se tratará sin duda de turistas (la devoción ya no da hoy para mucho). Y podría predecirse por dónde se decantan esos que se aglomeran para increpar a Fabra o Urdangarín cuando acudían a los juzgados. O la escasez de extranjeros si se trata de comprar una entrada para ver jugar a la Ponferradina, por un suponer. En parecida línea, convendrán en que la composición de una cola en determinada ventanilla del aeropuerto, variará según se trate de volar a Barcelona o las Seychelles. Sin embargo, en otros casos, repito, los porcentajes de la hilera pueden sorprender a tal punto, que me ha dado por pensar si acaso el estudio sistemático de las colas, de vez en cuando, aportaría datos para el conocimiento de una realidad que a veces sólo se presume.
De ahí el título. También otra lectura sería adecuada en estos tiempos y, dada la escasez de becas, otras ayudas al estudio y precios del material escolar, pronto tendrán los jóvenes, para mejorar el saber, que guardar cola en espera de una mejor gestión. Pero aquí me refiero al conocimiento de lo que está sucediendo, merced a lo que podríamos llamar sociología de las colas. Porque si la proporción de extranjeros en determinada comunidad es de un 10%, pero en la rebusca de los contenedores representan un 60%, algo querrá decir, y con mayor valor que otras conclusiones a las que nuestros próceres llegan por los que suponen -y declaran- impecables métodos estadísticos. Así, certifican la mejora en la competencia idiomática del alumnado examinando a un grupo de adolescentes a principio del curso, y a otro distinto al final del mismo. Pulcritud metodológica, ¿no? Por eso creo que no convendría echar en saco roto la observación sistemática de las colas aunque, eso sí, evitando los días de lluvia a fin de que los paraguas no impidan la identificación siquiera visual.
Y no lo digo a humo de pajas, porque con estos uno no sabe nunca por dónde saldrán, dada su demostrada incompetencia. Atender a ciertas colas y apuntar, no parece, en principio, difícil. Cosa distinta serán las hipótesis que se deriven de ello. Habría que ver.
No hay nada como abrir los ojos y ver con claridad.
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Pero, ¿son capaces de extraer conclusiones quienes deberían? Porque ese es, a mi juicio, el quid de la cuestión, llámese cola, deshaucio o pobreza de pedir. Situados los gestores frente a las evidencias, no acostumbran a obrar en consecuencia. O las interpretan a su gusto para seguir haciendo de su capa un sayo. Un lucrativo sayo, por otra parte.
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