Esa opinión de que la política no es sino arbitrariedad corregida por el intercambio de favores, cobra rabiosa actualidad por lo que respecta al Senado, una «Cámara Alta» -así la llaman, quizá para conferirle la importancia que no tiene- sin más función digna de mención que la de dar cobijo a los perdedores. Y un sueldo que en ningún otro caso podrían justificar. Ni falta que hace, porque todos sabemos en este país que aquí se trabaja cuando se puede, se finge hacerlo y, para quienes ni lo uno ni lo otro, está el Senado.
De entre los 266 chupópteros, o senadores si prefieren, 208 son elegidos en las circunscripciones provinciales. Pero no hay encuestas previas dignas de tal nombre, propaganda para aupar a los candidatos ni análisis cuatrienales de los resultados, lo que indica el nulo interés que despierta el proceso. Los otros 58, hasta sumar 266 parásitos, se designan por los Parlamentos Autonómicos, que disponen así de un cajón de sastre donde relegar a quienes se convertirían en un incordio de seguir en la política local pero no se resignan a coger los bártulos y largarse a casa. Se trata de un momio para el que no se precisa siquiera aparentar competencia dado que, cuanto hagan, será absolutamente irrelevante. Podrán debatir sobre proyectos ya aprobados en el Congreso, y las enmiendas que el Senado pudiera introducir, en su caso, se devolverán a la Cámara de Representantes, que podrá echarlas en saco roto por mayoría simple. La sinrazón es tan obvia que el Senado ya ha sido abolido en algunos países europeos y aquí lo fue durante la Segunda República pero, tras el franquismo, ¿dónde colocar a los líderes de opciones derrotadas, para seguir cobrando sin tener que rendir cuentas, vista su demostrada inepcia?
En el caso de Baleares, por tomar ejemplo de mi entorno próximo, el PSOE nombró senador al expresidente Antich tras su fiasco electoral y, pasados cuatro años, seguirá en el chollo. Ahora le corresponde igual consuelo, por parte del PP, al denostado Bauzá, que anda estos días abrumado por sus antes partidarios y ahora en rebeldía tras el cataclismo en las urnas. «Si no te portas bien y desapareces, no tendrás ni Senado de consolación, ¡que lo sepas!». Parece claro lo que se espera del exlíder farmacéutico; nada distinto que lo reclamado al resto: silencio, a tus cosas y se acabaron las ocurrencias. Que para eso cobrarás sin dar palo al agua.
Estoy completamente de acuerdo.
La verdad es que, desde siempre, nunca supe para qué servía el senado.
No recuerdo ninguna noticia alguna relacionada con alguna acción que haya partido desde el senado; sólo hechos concernientes a su articulación, o presupuesto, o nombramientos, también críticas.
Y ahora (en un momento en que me intereso más que antaño por la situación política), sigo sin saberlo.
Bueno, sí, de Cementerio de Elefantes.
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Con el matiz de que los pobres elefantes, según dicen, se recuestan para formar el montón de residuos orgánicos que los siglos convertirán en petróleo. Moribundos, los elefantes no piden honores ni hierba, les basta la silenciosa soledad del hoyo.
Sus señorías reclaman coche oficial, sueldo oficial, querida oficial, despacho oficial, VISA oficial, dietas oficiales, chollo oficial, trato oficial, sauna-masaje oficial… Como si realizasen tarea encomiable y solo ellos, por sus infinitas capacidades, pudieran desempeñarla.
Sin embargo, esa pandilla de mangantes goza de la aquiescencia popular. El afamado y confeso chorizo Bárcenas fue senador por mi región, Cantabria, con una colecta histórica de votos. No lo conocía ni Dios. Ahora sí, ahora se conoce a sus conmilitones, pero da igual: el populacho sigue votando.
Ruego incorporación inmediata y masiva a la abstención. Sirve para lo mismo que votar: para nada. Sin embargo, te queda más libre la mañana en la que los incautos creen ue deciden el futuro de la Patria.
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Efectivamente: un cementerio de elefantes que nos cuesta más de cincuenta millones de euros al año sin que, desde que lo fundara Torcuato Fernández, haya tenido papel relevante alguno. Un despropósito. Escribiré en prensa algo más al respecto.
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