El modo de decir nos define. Evidentemente. Y una sola palabra, cuando repetida en exceso, revela que en el cerebro hay poco más de lo que echar mano. El caso es que las evidencias no habitan en el ámbito de las opiniones sino en el de las certezas contrastadas, y vestir con su nombre cuestiones metafísicas o meras creencias, es una impostura con algo de rastrero. Son demasiados los personajes públicos que aderezan sus discursos con la muletilla del «evidentemente», aunque el asunto no sea tan evidente como pretenden, así que sólo se me curren dos explicaciones para el bordón: pretenden darnos gato por liebre o, como sugería, se trata de un recurso que enmascara el titubeo neuronal. Evidentemente, si me lo permiten.
Es sabido que no todas las palabras están al alcance de cualquiera aunque, para esos a quienes me refiero, la carencia no se transforma en estímulo para enriquecer su verbo sino que es hueco en el que meter, venga o no a cuento, un «evidentemente» que, por repetido, sólo evidencia su pensar de corto vuelo y provisto de muletas; de muletillas para intentar el siguiente paso. Y eso en el supuesto de que el «evidentemente» vaya precedido o se siga de alguna afirmación, porque en muchas ocasiones transita solo, se exclama por toda respuesta o disfraza el esfuerzo por hilvanar la siguiente simpleza.
Deducirán que estoy, del «evidentemente», hasta donde me da reparo precisar y no precisamente el gorro, evidentemente. Es raro el discurso político que no lo incorpore cada dos por tres; los debates se trufan con la palabreja para cargarse de unas razones que no se alcanzan a adivinar, y es fácil comprobar la relación directa entre su reiteración y la vacuidad del alegato. Escuchen ustedes a cualquier ministro, al soplagaitas mediático de turno (diferencia demasiadas veces inapreciable, evidentemente) y comprobarán lo dicho. Sin pretender etiquetar de una cosa u otra al conocido cocinero Toni Pinya, el otro día me entretuve contando sus «evidentemente». En diez minutos, dieciseis veces. Así no hay quien preste atención al modo de hacer un buen pollo al horno. Evidentemente. ¡Qué cruz!
Si me lo permite sumo a este uso repetitivo a los relatores de fútbol. A ellos se les ha dado por utilizar una y otra vez -hasta el cansancio ajeno, no propio- palabras como «evidentemente» y aún peor otras, como por ejemplo: «gravitando». Me pregunto cuál es el límite entre lo creativo y lo absurdo… (esto sucede en relatores argentinos; desconozco si en otros lares tienen la misma particularidad).
Le deseo un bonito fin de semana.
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Supongo que en cada país varían las muletillas para extenuar a los oyentes, sean españoles o argentinos. En cuanto al fútbol, es para darles de comer aparte…
Y también mi deseo de un buen fin de semana. Aunque aquí nos estemos asando de calor y tal vez, en Argentina, precisen de brasero para los pies.
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Lo que a mí a veces me parece es que con esa coletilla, más de una vez, el orador que sea de turno, político o periodista, utilizan el » evidentemente» con un tonillo que implica » pareces tonto que no lo hayas entendido a la primera y me vengas con la preguntita», y si no fijense como con el tono de voz el lenguaje corporal que llevan incorporado de serie les falla,( abre cierra manos, sube baja manos) y aparece una tensión en su pose que indica muy claramente el caracter del susodicho. Cuantas cosas se nos pasan por alto y es que » evidentemente» no podemos estar en todo…….
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Todos los adverbios terminados en «mente» suenan horrorosos y, peor aún, delatan cierta pereza constructiva. Tuve un profesor de Lengua que obligaba a pagar una peseta virtual cada vez que aparecía uno en las redacciones semanales, y al final del año era increíble la pasta que se generaba. Botín, el fallecido banquero, debía de estar al acecho, porque recuerdo una campaña publicitaria que consistía en regalar huchas metálicas, con el emblema del banco, por los colegios. Profesionalmente. Naturalmente.
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Evidentemente, suponen que no nos enteramos de que con su oscura oratoria y las cansinas muletillas, revelan sus carencias. Estoy seguro de que no cambiarán, pero quizá se vayan haciendo conscientes de que ya no es tan fácil dárnosla con queso…
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Efectivamente, estamos hasta las mismísimas muletillas de los oradores incapacitados y mediocres…
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