Me refería en el anterior post a la postura europea respecto a la crisis griega, y me he venido inclinando por la necesidad de que los países que forman parte -voluntariamente- de la U.E, y por algo será, asuman las reglas de juego también cuando pintan bastos. En esta línea, consideré un error la convocatoria del referendum: impreciso en su planteamiento, convocado por motivos otros que pulsar la opinión de la ciudadanía (más bien una estrategia que justificase a Syriza, el Partido en el poder) y cuyo resultado no ha modificado, como era previsible, la ulterior aceptación de unas duras condiciones que no se diferencian de las planteadas pocos meses atrás. Ahora, el problema de Tsipras es justificar, ante sus compañeros y los votantes del «oxi», por qué dice digo si antes era diego. Y para este viaje sobraban tales alforjas.
No obstante y la buena parte de razón que en mi criterio asiste a la U.E en sus planteamientos respecto al país heleno, ello no es óbice para que las decisiones de esa Europa, que se dice de los pueblos, se defiendan a machamartillo o, por contra, se desvanezcan al poco, lo cual revela su caracter coyuntural y la intención de quedar bien por encima de la contundencia que manifiestan en otras circunstancias;
léase de nuevo la crisis griega. Cabría reparar en unos miles de muertos por Ébola que, de haber ocurrido más cerca, hubiesen propiciado mayor rapidez en la investigación de una vacuna que aún se espera; en la puesta en práctica de una política común y solidaria respecto a la inmigración ilegal y que no ha pasado de las buenas palabras (¿no iban, entre otras medidas, a actuar decididamente contra las mafias?) o, por no seguir, mencionar las atrocidades de un Estado Islámico que sólo inquietan cuando tienen lugar en éste llamado Primer mundo. Y es complicado intervenir en terceros países, naturalmente, aunque no haya mayor problema si hay de por medio gas o petróleo.
Desde esta perspectiva, creo que Europa está necesitada de explicar, tanto o más que lo que hace, lo que no hace y tapa con base en la verbosidad. Siquiera para afianzar y dar credibilidad al buen hacer con que se llena la boca y que, si hemos de atenernos a los hechos, sólo demuestra cuando la pasta prima por sobre las conciencias.