«Depende, ¿de qué depende? De según cómo se mire, todo depende...». Así dicen en la canción los de Jarabe de palo y quizá estaban pensando al componerla, como yo mismo ahora, sobre el maltrato animal. Y es que Mallorca, en las últimas semanas, podría considerarse el centro de una polémica entre ambos extremos: desde la condena del maltratador al exterminio animal por orden gubernativa. Les cuento.

El dueño de un caballo fue condenado hace poco a ocho meses de cárcel por matarlo a garrotazos en el hipódromo de Manacor; pena suspendida con posterioridad a cambio de un programa educativo para el energúmeno. No ha ocurrido lo mismo con el que dejó morir de hambre a su perro, ya en prisión y creo que por primera vez en España se dicta pena de reclusión por maltrato. Por los mismos días, el Gobierno autonómico ordenaba la matanza de las cabras salvajes que poblaban el islote de Es Vedrà, cercano a Ibiza, al objeto de preservar la flora endémica de la zona. La operación corrió a cargo de francotiradores contratados a tal fin y contó con la aprobación del Grupo ecologista balear (GOB). ¿ Y por qué meto todo en un mismo saco? Porque algo me chirría en todo esto, y es que se diría que la legislación en cuanto a la protección animal, depende. De según cómo se mire, todo depende…

¿La normativa castiga la tortura, lo cual no fue el caso respecto a las cabras? Bien: podría aceptarlo, pero ya me contarán de la insólita permisividad cuando el maltrato se incorpora a cualquier festejo. En Manganeses, un pueblo de Zamora y hasta 2002, se arrojaba una cabra viva desde el campanario, y la ulterior prohibición no se ha hecho extensiva a otros desmanes. Se sigue alanceando al Toro de la Vega en Tordesillas; en Coria se le acribilla con punzones para finalmente despacharlo de un tiro o, en Medinaceli, se atan bolas encendidas a sus cuernos, con las quemaduras consiguientes. Por lo que hace a la llamada «Fiesta Nacional», un «Patrimonio Cultural Inmaterial» para vergüenza de la mayoría de nosotros, ya iría siendo hora de que se terminara con paradojas y contrasentidos.  Y aludo al Estado en su totalidad: sin excepciones. Si la ley es igual para todos como venimos presumiendo -aunque con el juicio a la Infanta de por medio y visto lo visto, me da que la convicción tiene mucho de voluntarismo-, toreros y picadores habrían de ser tratados con el mismo rasero que se aplicó al del perro o el caballo. En otro caso no es ley sino moralina; postureo, como gustan decir algunos, olvidando que aunque nadie sepa lo que es bueno, sí sabemos lo que sería mejor, ¿no les parece?