Al verme anotar en la agenda, mi hija me miró estupefacta. ¡No me lo puedo creer! ¡Para qué tienes el móvil? -preguntó-. Pues para llamar y punto, respondí aun sabiendo que, de iniciarse el debate sobre la modernidad, llevaría las de perder porque contravengo muchas veces (a sabiendas y sin propósito de enmienda, por cierto) eso de que los hombres se parecen más a su tiempo que a sus padres.
Algo de lo nuevo sí he incorporado, no vayan a creer, y este blog es un ejemplo, pero sigo con mi bloc de notas en papel, cuando viajo no olvido la Moleskine y un par de bolis, hay siempre un calendario sobre la mesa y anoto los ingresos y gastos bancarios en la oportuna libretita. Reconozco que todo es mejorable, por supuesto, pero también hay algo de mediatización, con el consiguiente desasosiego, en esta interminable carrera que impone la electrónica en pos de una operatividad que al poco obligará a hacerse con otro artilugio y, cada dos por tres, la obsolescencia planeando sobre nuestras cabezas e incorporando la sensación de estar estancado y fuera de órbita como nunca antes.
Y la verdad: tengo mejores cosas en qué ocuparme como para estar superponiendo, a lo efímero de la propia vida, la sensación de que también lo serán mis recursos a no tardar, así que decidí hace tiempo, aunque mis hijos sonrían con más condescendencia que comprensión, reconocerme sin abdicar de mis hábitos.
Aunque los adscriban al pleistoceno. Pronto me aconsejarán, como si lo viera, que me haga con un coche sin embrague, deje ya de filmar con la cámara tradicional y queme la librería. ¡Estás que sí! Quizá no hayan caído -tendremos que hablar del tema- en lo que alivian las costumbres cuando libremente asentadas. O en la tranquilizadora certeza de que, si las guardas a buen recaudo, notas y citas no desaparecerán porque el dichoso aparato se muera. Además, convendrán conmigo en que al que nace barrigón, inútil que lo fajen. Y tan orgulloso de la metafórica (o no tanto) tripita, por más que eso que llaman el mundo virtual quiera acabar con ella.
¡Olé tus cojones! Cuando Sófocles la tragedia sería por otras cosas, pero ahora lo es por la prisa. La prisa es la gran carcoma del hombre contemporáneo. La prisa por llegar antes a no se sabe dónde, quizás a ninguna parte. La obsesión por hacer más rápido, más fácil, lo que no necesita premura ni ser banalizado, digo facilitado. Y así surgen conversas del pelo:
– No te lleves ese libraco, es más cómoda la tablet.
– Vete al guano y, por favor, no te dejes olvidada la coño tableta.
– ¡Ay, cómo eres!
– ¿Todavía no te has ido?
– Encima de que me preocupo por el peso que cargas…
– De mis vértebras, y de mi cerebro, ya me ocupo yo.
– Pues en Reyes te regalo un libro electrónico.
– ¡Ja! A cambio, yo te regalo una pila de palos.
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Sin duda, estamos siendo acorralados y hay que activar todas las defensas posibles. ¡Ya sólo nos falta leer la prensa por internet! El cafetito de la mañana dejaría de ser lo que ha sido hasta aquí. Pero no van a poder con nosotros.
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