Los programas de televisión, una vez cenado -que es cuando yo suelo encender el aparato, dicho sea sin segundas-, son en su conjunto de una abrumadora mediocridad cuando no, simplemente, telebasura. Se viene salvando de la generalización «El Intermedio» de la Sexta (o Secta, para alguna políticastra) pero, tras muchos meses, el interés que puedan despertar las noticias en boca de Sandra Sabatés o las entrevistas de Gonzo, sin menoscabo de Dani Mateo y Thaïs Villa, se da de bruces con las interrupciones, buena parte de ellas impropias y sin ninguna gracia, del Gran Wyoming.No diré siempre pero, últimamente, su empeño por incorporar a cada minuto una nota de humor termina por aburrir y echar a perder el guiso que los demás cocinan con habilidad. No negaré que esté dotado para sacar punta a lo relatado por los otros, pero se pasa. Muchas veces hurga donde no debiera y cae en el exceso, el empeño resulta artificioso, impostado, incluso ininteligible y, pese a la buena intención que le suponemos, no propicia la sonrisa sino que el espectador – en mi experiencia y la de otros, según me han comentado- enarque las cejas preguntándose en el mejor de los casos dónde está el chiste y, en el peor, qué diablos habrá querido decir. Y si hay que pensarlo, desaparece la frescura que es ingrediente insoslayable para que el humor logre el resultado pretendido.
Cierto es que, como escribiera Nietzsche, hay que tomarse las cosas más alegremente de lo que merecen, siquiera por salud mental. Y que relativizar la trascendencia de los hechos, apunte irónico mediante, suele ser de agradecer, máxime a esas horas. Sin embargo, el empeño en convertir ocasionales ocurrencias en una retahila que obligue a preguntarse con excesiva frecuencia qué coño querrá decir o, en según qué contextos, sentir como impropia la gracieta si acaso hemos captado el sentido,
creo que debiera ser objeto de reflexión para ese Wyoming (lo de Grande le está quedando ancho), y decirse si acaso el recientemente fallecido Umberto Eco llevaría razón cuando sugirió que no salir en T.V puede ser un signo de elegancia. O, de hacerlo, con otros modos y estilo porque, a mi juicio, en los últimos tiempos hemos pasado algunos, de escucharle, a albergar crecientes ganas de que espacie, acorte y deje de interrumpir. De camino hacia el mutis, para entendernos y es que, de recurso, el gracioso se ha transformado en guinda de un pastel que por su mediación comienza a hacerse indigesto.
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Tienes mucha razón. Vi el programa hace poco y ahora leo el post.
Es verdad que resulta pesado y fastidioso por las sucesivas interrupciones que provoca.
Si para un cambio de tema o de sección es necesario que ponga un chiste o gracia, vale, pero NO cada minuto, o cada vez que algún compañero termina de hablar. O muchas veces sin que terminen, interrumpiendo.
Es cierto que hay buenos guinistas y que él mismo está dotado de un excelente sentido del humor. Pero de ahí a chiste-gracia por minuto diarios hay mucho por hacer, y lógicamente no se llega. Se pasa de la supuesta gracia al absurdo, y de ahí al aburrimiento y fastidio por las sucesivas interrupciones.
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Estamos de acuerdo; ahora sólo quedaría que lo leyese por si le sirviera de algo…
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