Se trata de una afección infectocontagiosa que guarda evidentes similitudes con las producidas por virus y bacterias. Es más frecuente en determinados contextos: ciertos medios la favorecen así como la cohabitación con quienes pueden facilitar la trasmisión y, en consecuencia, la extensión del proceso. Suele cursar con cambios de temperatura (la fiebre del éxito) u, otras veces, permanecer larvada (anticuerpos contra la vergüenza) a no ser que se proceda a la oportuna analítica sobre manejos y enriquecimiento ilícito, lo que podrá detectarla en fases iniciales o ya instaurada y en curso. Al igual que una bacteriemia, puede parecer asintomática para el espectador poco avisado, lo que favorece percepciones erróneas sobre su gravedad y potencial contagioso -máxime si se está en íntima convivencia con el afectado-, porque el enfermo puede ofrecer un aspecto y modo de vida que traduzcan un creciente bienestar que podría incluso objetivarse -de no investigarse las causas- a través de su patrimonio y cuentas bancarias. Por tales motivos, de no hacerse evidente la infestación a través de un examen riguroso e imputación mediante, ese reservorio andante, aparentemente sano/a, puede pasar inadvertido, aumentar sus defensas y recursos para brotes sucesivos e incluso transformarse en ejemplo a seguir, vista su evolución a mejor tras cada latrocinio.
Por lo demás, concurre también aquí la desinformación y pasotismo por parte de un porcentaje no despreciable de conciudadanos, que no se muestran partidarios de vacunar preventivamente a la población de riesgo, léase políticos y su entorno próximo. Quizá aduzcan, como si de la varicela se tratara, que la prevención podría allanar el camino de la patología que se pretende evitar, entrenando modos y bolsillos para una rapiña más subrepticia. Sin embargo, la empecinada presunción de inocencia (libres de contagio) para muchos de los convecinos en alto riesgo, y aunque los paraísos fiscales que puedan haber utilizado les confieran una apariencia de salud ética, ello no debiera condicionar el imprescindible ramillete de medidas: preventivas: análisis sistemáticos, revisión periódica de propiedades materiales para quienes frecuenten entornos con peligro y, obviamente, el diagnóstico precoz será imprescindible para una terapéutica pronta y a dosis plenas (expropiación y hospitalización entre rejas de ser el caso, para romper en lo posible la cadena de contagio). Paralelamente, es del todo aconsejable la vigilancia exhaustiva del colectivo en riesgo por haber estado en contacto, siquiera esporádicamente, con el infectado, ya que podría tratarse de enfermos asintomáticos y, por tanto, también trasmisores aparentemente sanos.
Sólo mediante esta estrategia: vigilancia epidemiológica (con especial atención a Ministerios, Consejerías, Ayuntamientos y sedes de los Partidos, sin olvidar Consejos de Administración de Bancos y otras grandes empresas), diagnóstico temprano, aislamiento en celda e información a la población, veraz, asequible, gradual y continuada, evitaremos unos picos infecciosos que se han transformado en pandemia. Porque ya no basta con la proclama de buenas intenciones, vaguedades profilácticas o, cuando ya generalizada la enfermedad, mucho españoles, Ley Anticorrupción y, a un tiempo, romper los ordenadores por si fueran reservorios del omnipresente bicho.
de lo major que has escrito. muy, pero que muy bueno.
JR
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Es opinión que te agradezco. Intentaré no desmerecer en los siguientes…
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Discrepo suavemente con Jose Ramón, he leído otros tantos muy excelentes. En cuanto al deseo compartido esperemos que se cumpla, aunque en el estado escéptico en el que vivo tengo mis dudas.
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Voy a terminar por engordar de egolatría, Pilar. Me lo pones tan fácil…
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La egolatría y tú sois incompatibles. Digamos que la loa el autor me la pone tan fácil….Besos vacacionales.
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Ahí van de vuelta con uno más.
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