Eso de haced lo que digo y no lo que hago, porque no os queda más remedio, parece ser la convicción de ciertos políticos -y de algunos otros con iguales posibles que ellos- respecto al uso de la sanidad pública en sus respectivos países. Y si para los adinerados nada que objetar y allá cada quién con sus decisiones, cuando se trata de aquellos que tienen entre sus responsabilidades la de lograr la excelencia en el cuidado de las enfermedades merced a una adecuada estructura y organización sanitarias, la hipocresía que demuestra su comportamiento debiera tener su correlato en el Código Penal.
Los profesionales de la medicina conocemos bien la desesperada búsqueda de una esperanza, aunque para ello deban hipotecar, enfermos y familiares, vida y hacienda caso de contar también con la segunda. Desde el requerimiento de segundas o quintas opiniones que desdigan un diagnóstico de gravedad u orillen la dureza del oportuno tratamiento, hasta los desplazamientos allá donde suponen una mejor calidad asistencial e incluso la entrega a inventos de mentecatos y desaprensivos (las llamadas medicinas alternativas), con sus indeseables consecuencias. Todo comprensible, aunque no siempre justificable y tal es el caso de algunos prohombres, de más cara que vergüenza cuando la enfermedad llama a su puerta. Porque no se les puede llenar la boca con la idoneidad sanitaria en su país (y en España convendrá señalar que estamos en muy buena posición) para, cuando aquejados de cualquier dolencia, optar por lo que no entra en las posibilidades de una inmensa mayoría de ciudadanos.
Muchos recordarán que el anterior Rey, Juan Carlos, decidió tratar su cadera en una clínica privada en vez de acudir a un hospital público, sin que en esa ocasión dijese otra vez, como habría sido lo propio, «Perdón; me he equivocado. No volverá a ocurrir». El extinto Hugo Chávez marchó a Cuba desde Venezuela para el tratamiento de una patología que a día de hoy sigue sin desvelarse y, según leí el 15 de este mismo mes, el presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, ha viajado a Estados Unidos para determinar la posible recidiva del cáncer prostático que padeció unos años atrás. Con independencia de la idoneidad sanitaria en sus correpondientes ámbitos de origen, no es de recibo que eludan para sí lo que se ofrece a la mayoría de sus conciudadanos. Una vez más, queda patente que pasarse la ética por el forro es consustancial al cargo que ostentan muchos jerifaltes. Y más allá de fronteras, ideologías o nacionalidades.
¿No subyace una implícita alabanza del Caudillo Visionario? Bajo su mando se erigió La Paz, como insignia y orgullo de la sanidad española, y allá se fue por sus múltiples dolencias, con patriótico ardor que no coronó el éxito.
Cuentan que en la inauguración del magno edificio preguntó por «los depósitos de agua». Le respondieron que eran innecesarios, que el agua -fría y caliente- circulaba tan ricamente, y él dijo:
– ¿Y si hay una guerra?
Lo cual que tenia una mentalidad militar, pero no del todo insensata. Y al hilo de esa terquedad, quizá con su punto de orgullo, se ingresó en La Paz porque era lo mejor que España podía ofrecerle, a él y a sus tropas.
Cuentan que al instituir una planta de antibióticos (Antibióticos S.A, en León, nada menos), pretendía que, en caso de guerra, el Ejército español no estuviese desabastecido de los antibióticos cuya carencia mata más que las balas enemigas.
Lo cual que tenia una mentalidad estratégica y no parecía tan corto de miras como cierta izquierda gusta de opinar. Pero años después vinieron los chorizos, a enriquecerse con la fábrica estatal que él imaginó. Uno de los chorizos se llama Mario Conde, también gallego, pero quizá de otra estirpe.
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Tal vez en la privada habría durado menos. Debió haber optado por ella como hacen otros…
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Sin duda «el equipo médico habitual» hubiese sido menos numeroso.
Dicen que, después de varios días de ingreso, por lo que al parecer era una isquemia mesentérica, ni siquiera le habían confeccionado la historia clínica. Dicen que estuvo varios días a base de sueros -sin noción exacta de para qué- y que el primer médico que lo atendió fue el nefrólogo de guardia ¡cuando entró en fallo renal!
Luego ya vinieron la hostia de ellos, pero en el mismo clima de desconcierto, descoordinación, vivalapepa y amiquemeregistren. Aquello se prolongó lastimosamente (tampoco tanto, si a eso vamos) pero a cambio los costes fueron muy comedidos. Pues que en Europa ganan más, o eso se dice.
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El equipo médico de la pública era sin duda de izquierdas, y con el Caudillo en sus manos… No se lo pusieron así ni a Fernando VII. Ideología por sobre la profesión, ¿fatal? Pero es que Franco sólo hubo uno, que si llega a haber dos… Igual eran menores los impuestos.
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Si nuestra sanidad pública es tan mísera como dais a entender para algunos, ¿ por qué alemanes e ingleses se pirran por tener tratamientos en España? Por lo que yo viví en el estado germano, en cuestión de especialistas , no estaban muy puestos, espero que la cosa haya mejorado, pues para un tratamiento de bursitis, hasta que no llegué a un superespecialista, el traumatologo del Bayern de München, no hubo manera de sanar.
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Nada de mísera, a no ser que por tal se entienda una insuficiente financiación, más evidente an algunas CCAA. Por lo demás y en cuanto a eficacia, se cuenta entre las seis mejores a nivel mundial, lo que no está nada mal…
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