LAS NOCHEBUENAS

Las que ya tuvieron lugar, desde la infancia, vuelven indefectiblemente junto a nosotros y tengo por seguro que ayer pudieron comprobarlo una vez más. Bastará con que reparen por dónde transitó su memoria entre plato y plato; evocaciones que en mi caso se vinieron, casi iguales a sí mismas, como ocurre en cada veinticuatro de diciembre.
Mucho del pasado que guarda cada uno de ustedes, teñido de añoranzas varias, acudió en tropel durante la cena y en la sobremesa. navidadUna noche de regresos sin los cuales seríamos otros, así que, si en alguna ocasión me fuera dado herir de muerte al olvido, sería para evitarlo precisamente ayer, en esa Noche buena que no podría calificarse con mejor adjetivo. Y me atrevo a hacer extensiva mi experiencia aunque cada uno disponga de un almacén intransferible en el que hurgar, de manera que sólo podré en estas líneas esbozar lo que surge del mío y se dibuja en esos silencios cargados de palabras que no se dicen, aunque salpiquen en lo más íntimo la velada de cada comensal.
La Estación de Francia, en Barcelona, desde donde tomaba el tren en tiempos de estudiante para volver al domicilio familiar, es uno de los obligados decorados que acompañan al besugo, el pavo o a su espera (“Está en el horno. Le quedan diez minutos”). Aquel par de horas de traqueteo, con la mirada perdida, acuna la imagen de las palmadas y abrazos que me esperaban y no volveré a recibir, aunque consuele pensar que, como alguien aseguró, sólo se pierde para siempre lo que realmente nunca se tuvo y, en esa línea, saberse vivo es, entre otras cosas, estar en condiciones de ver volver.
Remembranzas a veces para la nostalgia y, otras, simple dulzura, ironía o el estímulo para una sonrisa en esa noche unánime por abarcarlas a todas. “¿Qué tal me ha salido?”, suele decir la anfitriona, mi madre por entonces… Caso de obsequiarnos mutuamente con regalos, los de cierta edad nos diremos que en las Nochebuenas de antes no los había. Y tampoco Papá Noel ni Padre Noel por dejarse de diminutivos, pero con el mío –nada de Noel-, salir de compras por la tarde era una ocasión única para, finalizadas éstas, detenernos para un vino y, de terciarse, algunas confidencias que no podré recordar y quizá falsee tras unas decenas de años aunque, ¡qué más da! si en contrapartida, y sean cuales sean las traiciones de la memoria, nos vemos en el delicioso trance de poder acariciar lo mejor de nuestra historia; la que permanece anclada en los sentimientos y revisitamos con los ojos secos por mejor disimular, aunque perdidos en los paisajes de antaño como sucedía durante el viaje en tren.
Y a los postres el brindis, ¡claro que sí! Al hacerlo o participar del mismo, a algunos les habrá venido a la cabeza el que se repetía en cada ocasión: “Por los presentes y por los ausentes…”. No hay reunión más propicia que la de ayer para evitar que un pasado que nos ha tatuado para siempre los afectos, se enmohezca por falta de uso; una noche ésa que, con independencia de creencias y connotaciones religiosas, los remueve como ocurre a veces con otros disparaderos: una película, la actitud amorosa de aquella pareja en cualquier bar o esa frase que no oíamos desde hacía mucho tiempo y contemporánea del coñac Fundador y los Celtas cortos; luciérnagas en la oscuridad de lo que ya dejó de existir hasta ayer noche.
No se trata de que me haya ocurrido, o haya sucedido a ustedes, lo que suscribía Machado: “Sólo recuerdo la emoción de las cosas y se me olvida todo lo demás”, pero convendrán en que recrearse a un tiempo por la feliz combinación entre lo que es y lo que ya fue, subraya el hecho de estar todavía en la segunda juventud (o la tercera), y no presos de esa edad en la que sólo aparece como bueno lo de ayer. O lo de ahora mismo cuando las neuronas ya no dan para mirar hacia atrás y revivir antiguos gozos.
La pasada Nochebuena forma ya parte del acervo personal de cada uno. Tal vez transformada en hito, conforme nos vayamos alejando de ella, o sólo el complemento para mejor resucitar las caras de quienes eran niños por entonces y nos acompañaron en los entusiasmos; las de padres, abuelos y según qué parentela… Así será también en cuanto a las que vendrán; noches que supondrán, por plagiar el final de la novela de Fitzgerald, El gran Gatsby, “botes contra la corriente, empujados incesantemente hacia el pasado”. Pero ya pasó. Lo que ahora corresponde es disfrutar del asueto: de las vacaciones y, si me apuran, prepararse para las uvas y los buenos propósitos. Aunque en su mayoría, como suele ocurrir, acaben en nada.
Entretanto, pásenlo bien. Feliz Navidad; mantengan sus recuerdos a buen recaudo para una próxima vez (pueden prescindir de Trump, el Brexit, Chelo Huertas y las recientes inundaciones) y, en el peor de los casos, ¡que nos quiten lo bailao!

Acerca de Gustavo Catalán

Licenciado y Doctor en medicina. Especialista en oncología (cáncer de mama). Columnista de opinión durante 21 años, los domingos, en "Diario de Mallorca". Colaborador en la revista de Los Ángeles "Palabra abierta" y otros medios digitales. Escritor. Blog: "Contar es vivir (te)" en: gustavocatalan.wordpress.com
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2 respuestas a LAS NOCHEBUENAS

  1. Mónica dijo:

    Enhorabuena Gustavo.
    Tus palabras reflejan un estado de ánimo sereno y nostálgico, feliz.
    Mi Nochebuena y Navidades en general no han sido así, han influido en mí de forma completamente contraria a lo que tú describes. La Navidad nunca ha sido mi festividad preferida, y este año he terminado de apercibirme.
    No me voy a extender más, porque detecto un trasfondo de aguafiestas, que no quiero transmitir a los que sí tenéis la suerte de disfrutarlas.
    ¡A por el 2017!

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