El pasado día 12 y con ocasión del XIX Festival de Poesía de la Mediterrània, tuve el placer de escuchar de nuevo y en vivo, después de mucho tiempo, al cantautor Paco Ibáñez que, con sus 82 cumplidos (nació en 1934), consiguió volverme a las emociones de mis años mozos. Fue un referente en aquella época -finales de los sesenta y la década siguiente- en que la ideología cabalgaba también a lomos de sus canciones y las de Raimon, Lluis Llach… Ibáñez fue censurado en este país tras su vuelta de Francia y hasta la muerte del Dictador, de modo que vida y obra se solapan en este hombre aún capaz -la voz gastada por los años- de devolverme el nudo a la garganta al tiempo que coreaba su rasgueada palabra.
Los poetas nos enseñan el camino de la verdad existencial. Así comenzó para, a continuación, intercalar sueños y vivencias en las pausas de su guitarra. «Si he perdido la voz en la maleza, me queda…» (Blas de Otero), el Góngora de «Déjame en paz, amor tirano» y su enemigo Quevedo en «Es amarga la verdad…»; Lorca, el León Felipe de «Como tú, piedra pequeña…» y Celaya («Estamos tocando el fondo»), «Andaluces de Jaén» o «Palabras para Julia».
El público que abarrotaba el Auditorio, permanecía entregado tanto al verso como a la prosa con que aludía, quizá para tomarse un respiro (la edad puede no pesar en el alma, pero sí en pulmones y cuerdas vocales), a la opinión que le merecen los curas, estadounidenses o la dictadura de la delincuencia -que así le dijo un taxista italiano- para, seguidamente, traerse al Ché Guevara junto al «Soldadito de Bolivia».
Y a ratos dejé de escuchar su voz para centrarme en los recuerdos casi húmedos mientras susurraba, con él, aquel «Acuérdate de lo que un día yo escribí / pensando en ti…». Para colofón, «A galopar, hasta enterrarlos en el mar» y todos sin excepción, puestos en pie, cabalgamos de nuevo, como años atrás, junto a Paco Ibáñez. Sólo me queda hacer votos para que haya una próxima vez antes de guardarlo, definitivamente, en la memoria de mis nostalgias.
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Aquellos entrañables músico-poemas, se me hace que podrían clasificarse en 2 grandes gupos: los soflamáticos, que nacieron en tiempo de guerra o casi (el ‘Soldadito boliviano’, el ‘A galopar’, el ‘España, camisa blanca’), y los intemporales, exentos, a mi juicio de más alto vuelo y largo alcance (Quevedo, Neruda, el ‘Palabras para Julia’).
Los primeros, aparte de sus valores intrínsecos, no se pueden desligar de quién los canta, ni cuándo. El tal Paco Ibáñez, en no pocas manifestaciones públicas, se ha mostrado más bien áspero, militante y cañonero en una guerra que ya no es, o que no es como parecía. A galopar suena heroico, pero eso de enterrar a la gente -aunque sea en aguas fresquitas- exhala un tufo criminal. En cuanto al ‘Ché’, en fin, dejémoslo en que fue un personaje más bien ambivalente.
Pero me interesan más los segundos. El titilar azul de las estrellas en la noche que no acaba, la hiel que la boca escupe como verdad, esa piedra ínfima que no sirve ni para piedra. ¿Cuántos asistentes al concierto han expresado alguna vez la idea idiota de que ‘las Letras no sirven para nada’? ¿Cuántos han exigido más Matemáticas y menos Filosofía, como si supiesen de lo que hablan? Sabiendo la cifra exacta podríamos calcular, en efecto, para qué sirve la poesía. Y algo me dice que estamos mejor sin hacer el cálculo, incluso sin adentrarnos en la parte oscura del tal Paco.
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«En el País Vasco hay dos bandos, por un lado ETA y por otro este Gobierno reaccionario, neofranquista. El pacto [antiterrorista] asqueroso de Madrid es una cruzada contra lo vasco, no contra ETA’, dice con vehemencia»
«Yo estoy en contra de ETA, pero a mí nunca me verás en una manifestación españolista en San Sebastián. Españolista es quien está contra la cultura y la idiosincrasia vasca (…). A los de ETA los presentan como asesinos, criminales, y tampoco es verdad. Son gentes que defienden una causa, no son tipos que matan por matar, aunque van equivocados. Con la violencia puedes conseguir algo pero ¿qué capacidad les da para construir lo que pretenden? Si lo has conseguido mediante la violencia, por la violencia lo tendrán que mantener», añade…PACO IBAÑEZ
Si, yo también sentí aquello que menciona Gustavo pero no se me ocurriría «ponerme en situación» a mi edad y sabiendo lo que sé.
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Un hombre coherente y honesto consigo mismo… El radicalismo con que a veces opina será cuestionable, pero conviene para comprobar, una vez más, que sin contrarios no hay progreso.
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No conozco a Paco Ibáñez. Después de leer tu post voy a escucharlo. Y sí que viví en mi infancia y adolescencia todo el auge de la cancó protesta. Ahí es cuando se te graban a fuego las letras de las canciones.
Me gustaba, y me gusta mucho, Luis Llach.Es un gran poeta y compositor.
Lo que no puedo entender es qué hace metido ahora en política, pues actualmente es lo contrario de lo que él pregonaba.
Y Raimon es terrible, no sabe cantar!
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Sin duda los cantautores vivían mejor contra Franco. Cualquier cosa parecía más fresca y cosmopolita que el hediondo gris marengo de aquella vidurria medievalizante. Cualquier rascatripas suscitaba una promesa y los ripios, aun siendo ripios, parecían gracia rediviva. ¿Qué cantan los poetas andaluces de ahora? (bis bis bis bis). Donde los hombres (bis bis bis bis). Y así.
Unos eran talentosos, sí, aunque luego se haya visto que en la política son cenutrios, como el citado Llach. Otros eran pésimos, aunque hayan dejado un grito icónico, casi salvaje, como Raimon. Otros tenían su gracia (Hilario Camacho, Luis Pastor), otros la gracia del terruño (Pablo Guerrero, Carlos Cano) y otros, muy pocos, estaban tocados por la gracia (Mª del Mar Bonet).
Paco Ibáñez ni cantaba, ni tocaba. Un fulano aguardentoso y manazas, pero supo usar los grandes poemas, dándoles una musicalidad que quizá les faltaba (o me costaba encontrar). A mí intentaron en el colegio llevarme por Machado, Juan Ramón, Alberti (incluso por Walt Whitman) y no lo consiguieron. Sin embargo, Ibáñez me hizo entender a Neruda y luego vinieron otros, y eso debo agradecérselo, y lo hago, pero también me consta que él no puede volver atrás porque lo empuja un aullido interminable.
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Mónica: No te lo pierdas. Y ya me contarás…
Dr. López Vega: intuyo que P.I. no ha sido nunca santo de tu devoción…
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Lo fue, claro que lo fue. A su disco en la Sala Olympia se le profundizaron los surcos de tanto roturarlos las agujas de 2 tocadiscos consecutivos, que tanto animaron mi infancia/adolescencia. No cantaba bien, no. No tocaba la guitarra bien, tampoco. Pero ¡coño! Le daba una fuerza a la poesía que para sí quisieran otros.
Por lo demás, mi padre estuvo preso entre 1970 y 1976. ¿Cómo no íbamos a escuchar a P.I.? Era lo propio, insoslayable, pero luego vino la memocracia (no es errata) y la mixtificación falsaria de todas las ‘causas’, incluida alguna que otra aberración en la que no me explayo.
A mi juicio, P.I. se quedó apegado al odio, como una enredadera.
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