Mi sorpresa iba en aumento conforme la conversación derivaba, desde la investigación médica y los sustanciales avances logrados en los últimos años, hacia el mundo de las creencias. Mi gran amigo e interlocutor el día de autos, es un especialista en enfermedades hepáticas de competencia internacionalmente reconocida, así que no salía de mi asombro cuando me aseguró que el primero en curar una cirrosis fue Jesucristo, al tiempo que me mostraba, en su portátil, la imagen del hecho bajo una inscripción en hebreo, idioma poco familiar para ambos, como podrán suponer.
Fue uno de sus tres milagros, añadió al tiempo que los mencionaba. Recuerdo el de la resurrección de Lázaro y no así el tercero aunque, por lo que sé, se quedó corto. Pero es cuestión accesoria porque el cirrótico con ascitis fue el motivo de la controversia. El hígado centró el debate sin que yo llegase a concluir si se trataba de una provocación por su parte (siempre he estado convencido de su agnosticismo), el recurso que pudiera haber utilizado para el inicio distendido de cualquier conferencia profesional sobre hepatología o, de pronto, me estaba desvelando la increible convivencia entre el rigor que ha presidido su quehacer profesional y unas creencias impermeables al razonamiento. ¡Pero hombre! ¡Qué me estás contando? -le espeté-: no irás a decirme que también crees que San Vicente Ferrer resucitó al niño que le sirvió guisado, para comer, una devota… «Han tenido que pasar dos mil años -siguió sin entrar al trapo- para que se haya avanzado sustancialmente en el tratamiento. Hoy en día, sin embargo, con la proteómica…».
Lo malo no es creer en nada -recuerdo que le dije, remedando a Chesterton-, sino creer en cualquier cosa. «¡Cómo sois! -repuso con una sonrisa condescendiente tras la que volvió a observar embelesado el grabado sobre la pantalla-: Tú fíjate bien…». El caso es que no conseguí discernir cuánto había de broma en la apelación al supuesto milagro o si la fe en la duda, propia de los hombres de ciencia, coexistía en él con otra fe de imposible contagio por sus imposibles argumentos. En próxima ocasión escarbaré más y es que, a día de hoy, aún no me cabe en la cabeza que guarde una imagen de la imposición de manos que terminó, en tiempos de Cristo y como asegura la Biblia, con aquella hinchada barriga. De haber alguien interesado, en su día resumiré el resultado de mis pesquisas.
Prueba
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Lo intentaré
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Curioso, pero…… como presuponer que era hígado y no aerofagia, u oclusión intestinal o…….
Creo que tenía ganas de que su rama fuera la más longeva sobre la tierra.¡ Y tú no se lo reconociste! Tse, tse,tse muy mal……..
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Dudo que por entonces supiesen lo que era una cirrosis…
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Sorpresas te da la vida. Ay Dios….
Probando
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