El tren me lleva hoy hacia atrás como a veces ocurre cuando cierras los ojos. Lo cierto es que nunca pude imaginar por entonces que, junto al traqueteo sobre las vías, las ruedas teclearían retazos de biografía para el recuerdo. Hace ya muchos años que no he viajado en uno (excepto el AVE, sin nada que ver con los de antaño) e imagino que aquellas ruidosas máquinas y los vagones de tercera acabarían en el desguace , de modo que, como dijo Carlos Pujol y creo haber citado en alguna ocasión – Pujol el poeta, sin parentesco alguno hasta donde sé con los de la herencia andorrana y misales millonarios-, Nunca se puede regresar a nada / pero hay que regresar para saberlo.
Ocho años tendría cuando la familia entera nos trasladamos desde Cataluña a Galicia y allí quedamos durante un año. ¡Qué aventura en la noche los pequeños, entre ateridos y hechizados! Y hubo después otros muchos trenes para partir y llegar, de modo que las estaciones forman también parte de aquellos escenarios con raíles y cafetería. La de Francia, en Barcelona, y la de Figueres, representaban ambas el principio y fin de las vacaciones durante los estudios; iguales trayectos de ida o vuelta repetidos por enésima vez y, sin embargo, contemplados con distinta mirada a tenor del estado de ánimo, crucial para que el tren pudiera jugar con el tiempo alargándolo o comprimiéndolo; unas horas dilatadas hasta la extenuación y que parecían sin final cuando se viajaba en busca del abrazo, o comprimidas a la velocidad de la luz caso de regresar de nuevo a la rutina. Entretanto, en esos cortos o interminables ratos sobre las vías, paisajes huidizos, pueblos que nunca conocería con los pies en el suelo, el hacinamiento entre maletas que empujaba para un pitillo en la ventanilla o, por contra, palabras y caras que tal vez disfruté antes de ausentarse para siempre tras bajar al andén.
En la estación de Port-Bou y antes de embarcarnos con mi hermano en un puerto francés con rumbo a América, abrazamos por última vez a nuestro padre con aparente buena salud y todos controlando las emociones a flor de piel. Sólo pisábamos año tras año la de Garbet para el baño de mar y aquí, en Palma de Mallorca, la pequeña estación fue muchas veces testigo de los encuentros con Avelino, un buen amigo escritor: diálogos acalorados junto a una copa de vino y durante el tiempo que nos concediese la salida del siguiente para volverlo a su pueblo de residencia. El tren ha sido para mi, por resumir, mucho más que vehículo de transporte. Porque libre de opciones en aquellos traslados, sin urgencias y fuese pletórico o ensimismado, las vivencias junto a los paisajes entrevistos ayer, túneles, puentes u horizontes, siguen removiendo hoy otras muchas que crecieron a su compás. Incluso tantos años después de aquellas primeras monedas depositadas sobre la vía para, cuando aplastadas, triplicar su tamaño. Como ocurriría con nosotros y nuestros desvelos al dejar la infancia atrás.
Los viajes suscitan no pocas expectativas que a menudo, en destino, se ven frustradas. Quizá porque el destino no era como lo pintaban -tenía menos colorido, era más insípido o aburrido-, quizá porque esperábamos una redención imposible.
Pero siempre queda el trayecto. Esa ruta improvisada porque te desorientaste. Ese paisaje inesperado y magnético. Ese personaje impredecible cuya chispa te acompañará siempre.
Por eso nunca entenderé la obsesión por ‘llegar antes’. Casi me dan ganas de proclamar que lo mejor sería ‘llegar nunca’, eso sí, con el tiempo suficiente para regresar y volver a sentir el avance mortificador de la macilenta nada.
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Lo importante es el camino y no la posada, creo que afirmaba Cervantes y tú ratificas. Total, llegar es también empezar a volver… Y a veces, nostálgico, me gustaría poderlo hacer una vez más en cualquier tren de entonces…
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Preciosos recuerdos, también los míos. Mi padre era médico y una vez por mes
entre otras ciudades del interior ,,llevaba por el fin de semana a toda la familia
en ferrocarril a Mercedes en el departamento de Soriano, unos 400 kms que l
insumía de las 16 a las 21 hs ¡¡¡¡ en vagones con mesa , enfrentados los cuatro,
jugando a las cartas o haciendo los deberes para el lunes . Allí en Mercedes ,
alojados en hotel ,daba consulta y nosotros pasea vamos por la plaza , el domingo
después de Misa otra vez al tren , ¡¡¡ Inolvidable¡¡¡
Saludos a todos
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¡Los recuerdos del tren…! Quienes hemos llegado a la madurez con la memoria indemne (o casi), los hemos incorporado a nuestras vidas. Un abrazo
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Viajar en tren es disfrutar del tiempo hasta llegar al destino, ver cómo cambia el paisaje, apreciar la buena compañía (o cambiarte de sitio si no lo es…), poder leer, dejarse llevar por la pereza….
Últimamente, y espero que en el futuro más, he viajado en tren.
La razón es que mi hijo ha sido un amante de los trenes desde que era pequeño, y hoy día se dedica a ello: es maquinista. Y su hobby: viajar en tren. Es una verdadera pasión.
Así que cuando podemos (hay que coincidir, y él todavía está empezando), planeamos unas pequeñas vacaciones a algún sitio y vamos en tren.
Espero a que los viajes crezcan en longitud y frecuencia (tenemos muy buenos planes).
¡Me encanta viajar en tren!
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No sabia que tenias un hijo maquinista. . En el tren de aqui? O en el transiberiano? Si fuera asi, me apunto.
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De momento la zona este de la península… Pero en un futuro quién sabe
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Para mi el Expreso de Rías Altas era casi un cuarto de estar viajero :mi padre reservaba un departamento completo de primera clase y juntaba los asientos enfrentados, formándose una superficie sin solución de continuidad en la que dormíamos todos los hermanos, cabeza con pies. Tras el bocadillo de rigor, todos a dormir acunados con el traqueteo del tren ( casi las intersecciones de las vías era lo que más sueño nos daba. ¡Qué tiempos aquéllos¡ Casi podiamos decir que «la familia que viajaba en tren unida permanece unida…»
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Sí, Javier: ¡qué tiempos aquellos…!
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