Nunca he sido un melómano. Ni siquiera un buen aficionado. Prefiero trabajar en silencio e incluso cuando leo, un fondo musical distrae mi atención. Tengo querencias como cualquiera: los tangos de Gardel, Sabina o los Llach y Serrat de mis años mozos, pero siempre he antepuesto el cine a una Ópera y, las puestas de sol, sin melodía. Vaya pues el prolegómeno como encuadre de un hechizo que, aún pasadas un par de semanas, recuerdo con fruición.
El periódico donde colaboro, organizó un evento a propósito de la entrega de premios a personajes varios y, para no excederse en los discursos, amenizó el acto el grupo Cappela: cinco o seis voces a pelo (¿de ahí el nombre?), sin instrumento alguno y no podía creer que, cerrando los ojos, pareciese que una orquesta los acompañaba. Aplaudí a rabiar y la gratitud por el encantamiento que me proporcionaron no me abandonó a la salida, mientras hacía votos porque hubiese una próxima vez. Sin embargo, fueron otros los que, a los pocos días, me volvieron del exilio que al decir de un filósofo es la vida sin música. En esta ocasión, la Asociación Tramuntana XXI, dedicada a promover un futuro sostenible para la sierra del mismo nombre en Mallorca y patrimonio mundial, organizó un atardecer musical, «El barroco italiano», a cargo del Ensemble Tramuntana y en un escenario que aumentaba si cabe su atractivo: el claustro de la iglesia de San Francisco.
Bien es cierto que siempre me han fascinado las habilidades que no poseo, pero en el talento del conjunto había algo más, indefinible. Quizá fuese la perfecta conjunción entre ellos y ese lenguaje universal, sin palabras, expandiéndose por entre las columnatas y ascendiendo hacia la punta del gigantesco ciprés y más arriba, llevándonos el alma con él al punto de tener que esforzarme/nos para no interrumpirlos exclamando, con Fausto, el «¡Detente, instante!» que a veces añoramos. Entre ellos y Cappela, me han reabierto un camino que frecuenté poco. Y lo pienso transitar.
Pues yo sí que le dedico un rincón a la música en mi espacio de aficiones. Y actualmente lo estoy potenciando pues en los últimos años se había quedado un poco olvidado.
Me entretiene, me trae recuerdos, me deleita, me satisface, me mejora el estado de ánimo y me provoca sensaciones.
Soy muy ecléctica en mis gustos, entonces cada estilo lo escucho en su momento.
No me enteré de este acto, si lo hubiera hecho hubiese acudido.
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Te voy a copiar…
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Escribo mens dsd movil, funciona?
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Funciona.
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Bienvenido , yo por mi parte no concibo vivir sin música. No toda me vale pero si es cierto que tengo diferentes autores para diferentes tareas, incluso para limpiar la casa, algo para mí de lo más engorroso, pero con algo que me arranque ritmo lo puedo capear mejor. Incluso cuando estudiaba B.U.P. necesitaba memorizar las lecciones con música,¿ sinestesia? puede ser, aunque en ese momento mi familia lo llamase «coñazo´´, tiene que haber opiniones para todos los gustos…….
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Estoy por iniciarme en ese camino que sin duda debe proporcionar muchas satisfacciones; lo único que he de resolver es si la distracción se hará excesiva y me convertiré en esclavo de la música…
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Yo diría que más bien te acompaña en cada palabra e idea, incluso si sabes escoger bien la pieza puedes visionar en tu mente la historia,¿ sabes como en el cine mudo que había un pianista que amenizaba ? pues si encuentras la música adecuada, con mayor acierto de lo que podían esos pobres pianistas.
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Me tienes casi convencido…
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