Escribía el filósofo Emilio Lledó que ser es, esencialmente, ser memoria. Bajo semejante paraguas, podrán imaginar la creciente zozobra que te invade ante la repetida constatación de tus lagunas. Sigo confiado en las habilidades que me supongo, pero los olvidos menudean al extremo de que combatirlos se está incorporando al resto de ocupaciones cotidianas y no es plato de gusto, como bien sabrán quienes hayan experimentado las fugas a que aludo.
Y éste que acaba de saludarme, ¿de qué lo conozco? Incluso unas palmadas y la sonrisa de oreja a oreja para que no pueda adivinar su inexistencia a mis ojos… Me suena, sí, pero aunque me aspen… Y apostaría a que me comprenden porque la mayoría y en llegada cierta edad participamos de iguales lamentos: quejarnos de la memoria y no de la inteligencia, lo que tal vez fuese más acertado. Pero la fundada sospecha de que las neuronas han comenzado a funcionar a su aire, es ya evidencia cuando buscamos el sinónimo para no repetirnos: la palabra que pueda evitar el convertir la pretendida seducción de cualquier escrito, de una exposición, en puro aburrimiento. Y si bien los años pueden aportar mucho de positivo, el olvido no es precisamente su mejor legado porque supone, en buena medida, el triunfo de la decadencia sin paliativos que valgan. No obstante y ante esa certeza, ¡Ni hablar de resignación! ¡Buscar la salvación a lomos de la palabra; de esa que se resiste, maldita! ¡Pero si la habré empleado cincuenta veces…! A ver: ponte tranquilo…
No albergo ninguna duda de que todos, pasada la cincuentena, sabrán de qué les hablo y podrían, a resultas de ello, suscribir la unamuniana excusa. «No tengo mala memoria sino buen olvido». Por fortuna, aún puede uno salirse por la tangente; si más no, repitiendo la ocurrencia.
¡Ay gustavo! ¡La primera frase ya me ha destrozao!
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¡Recupérate! ¡Pronto! No a todos les sucede lo mismo ni con igual intensidad… ¡Ánimo!
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Gracias Gustavo, tus palabras me reconfortan 😃
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