La frase de Oscar Wilde, «El estilo y no la sinceridad es lo que cuenta», me viene a la cabeza cada vez que leo entrevistas a famosos – o menos- con preguntas que se dirían de examen. Se ven obligados a lucirse; a pasar por cultos y enterados so pena de quedar como lerdos, y las que se publican los sábados en las últimas páginas de Babelia, el suplemento de El País, son buen ejemplo del acoso a que se ve sometido el interpelado.
Interrogantes parecidos a los que siguen: ¿Por qué se inició en esto? ¿A quién le daría el premio Nobel de…?, ¿Cuál es el mejor libro que ha leído? ¿Con qué música se identifica? ¿De qué acontecimiento le habría gustado ser protagonista? ¿Qué está socialmente sobrevalorado?… En parecida línea, cuantas vueltas de tuerca se les ocurran: a la memoria o, en otro caso, a su capacidad de improvisación.
Quizá el famosillo/a no cayó en la conveniencia de conocer con anticipación por dónde iban a ir los tiros y, encantado con el eco que pudieran tener logros o proyectos, no previó la que se le podía venir encima. ¿Qué es para usted la muerte? ¿Y el amor?Se diría que, en el tú a tú, se enfrentan el deseo de quedar bien con el afán del preguntón por pillarlo en un renuncio. Y no creo que muchos, tomados de improviso (de no ser así, debieramos saberlo para no llamarnos a engaño), estén en disposición de hablar con coherencia de lo divino y lo humano; de resumirse como habrían querido de poder hacerlo a su aire.
Lo cierto es que, cuando intento ponerme en su piel, lo de «Preferiría no hacerlo» cobra rabiosa actualidad o es, cuando menos, lo que a mí me saldría. Porque es posible que los pillen a contrapié: en plena laguna mental si se trata de recordar fechas y nombres o que, por albergar sobre determinado asunto ideas que se dan entre sí de bofetadas, no estén en disposición de pasar por coherentes a caballo de dos frases traídas por los pelos. Ojalá, en su beneficio y como dijera Nietzsche, sólo oyesen las preguntas a las que fuesen capaces de responder aun a riesgo, en el extremo, de dejar la página en blanco. Pero imagino que ningún periodista se conformaría con las verdades por omisión, así que, de no iniciarse el diálogo con un genérico «Hable usted al lector de lo que le apetezca», con seguridad los hay que preferirían no haber aceptado. Siquiera por evitarse una crisis de hipertensión a no ser que les de igual un roto que un descosido. Yo los adivino, pobrecillos/as, con taquicardia. Y puedo oír su corazón enloquecido cuando leo: «¿Como definiría su obra en una frase?». Por un decir.
Amigo mio, que tal? Aqui te envio el enlace de tu trabajo en Palabra Abierta. Disculpa que haya estado perdido todos estos dias atras, pero tuve un virus muy fuerte y no me quedo otra que llevarla a limpiar, y eso me tardo unos cuantos dias. Otra cosa es: disculpa tambien de que no ponga acentos, pero ahora la PC esta no los esta poniendo. Un abrazo fuerte y nada que me gusto el articulo, Manuel
El enlace es: http://palabrabierta.com/la-angustia-por-quedar-bien/
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Manuel: si vuelves a tener algún achaque, no dudes en consultarme si te apetece. Un abrazo
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