El pasado jueves 3 de agosto, la infanta Elena y sus hijos asistieron -por enésima vez; en otras ocasiones junto al rey emérito…- a otra corrida. Sin el menor recato, como muestran las fotografías publicadas, y con cara de satisfacción frente a un espectáculo que concita una amplia repulsa social y ha sido ya vetado en algunas Comunidades Autónomas con respaldo mayoritario. Diez años atrás y según una encuesta Gallup, el 72% de la población manifestaba su nulo interés cuando no el desacuerdo con ese peculiar «Bien de interés cultural» con explícita tortura. Y el porcentaje va a más aunque los defensores de la tal «Fiesta» retuerzan los hechos a su gusto o conveniencia.
Sin embargo, no es mi intención hoy avivar la polémica, sino invitar a preguntarse por la oportunidad de que la familia real se alinee a las claras con los taurinos; una posición que sin duda concitará el repudio de un sector y, por lo mismo, un comportamiento inconveniente y a todas luces innecesario. Porque si bien es cierto que cada quien es muy libre de conducir su sensibilidad por los derroteros que estime y siempre que ello no lleve aparejado limitar las alternativas elegidas por otros, no lo es menos que la exhibición pública de filias o fobias demanda un exquisito cuidado, máxime cuando se es objeto de especial atención en virtud de la posición social que se ocupa. Y siquiera por no dar tres cuartos al pregonero, había en el caso de la Infanta mejores opciones para refrendar la cultura: bien fuese visitando una biblioteca, bien argumentando en favor de la reducción del IVA -si acaso supiera de qué va la cosa- para artes otras que la de la masacre.
Y si para cualquiera el saber cuándo y dónde aparecer es del todo aconsejable, para la Infanta y familia sería incluso exigible y, de no dar la talla como parece, los hay que querríamos poder decirles a la cara que ahí está la puerta. Es lo que a muchos se nos ocurre frente a la palmaria evidencia de una estupidez que preside las holganzas de quienes debieran, si no dan para más, buscar las oportunas asesorías. Porque incluso para seguir comiendo la sopa boba, discreción y sensatez son requisitos que debieran ser obligatorios.
De acuerdo en decirles «Ahí está la puerta». Y no solo por asistir a ese circo sangriento.
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Más que aconsejable, opino que sería exigible, no solo que cualquier miembro de la -extensa- Famiia Real no asistiese a espectáculos y eventos que causan rechazo en cualquier sector de la sociedad de su país (toros, fotos con elefantes y fauna africana… ¡torturas y masacres!).
Deberían potenciar, mediante su presencia o promoción directa, la CULTURA (la «buena»), pues hace mucha falta porque que está menguando llamativamente, y no conviene que entre todos, gobierno e instituciones, la dejen en caída libre.
Ya-les-va-le
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Se me antoja que articulista y comentaristas van -más allá de los toros- a cuestionar la institución monárquica. Están en su derecho de proclamarse republicanos, claro, pero hay algo que me chirría: la ‘exigencia’ de que la realeza se comporte con estricta ‘neutralidad’. Que no vaya a los toros (ofenden), que no se digan católicos (ofenden), que no hablen, respiren ni se muevan (ofenden).
Pareciera que la piel del republicano sea extremadamente sensible a toda comezón. (Muchos se dicen también ateos, pero curiosamente les irrita sobremanera lo que diga el Papa.) Yo debo de ser coriáceo, porque me importan un pepino el del solideo y los de la corona. Están ahí, según dicen ejerciendo su función, y antes de derrocarlos habría que asegurarse de que no tengan peores sucesores.
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