Por lo que a mí respecta, todo empezó al ver por vez primera una TV en color y decirme, entre la admiración y un algo de tristeza, que las salas de cine serían al poco Historia. Después el móvil, para seguir en una carrera sin entrenamiento y que exige asumir las sucesivas novedades haciendo de tripas corazón hasta conseguir, pese a las precarias habilidades con que algunos transitamos, una semiadaptación que a poco que nos observen concita la sorna de los más jóvenes.
Del primer ordenador, cuyo manejo exigía tener junto a uno la libreta de apuntes, al actual ciberfetichismo que ha seducido a más de un 30% de la población mundial por razones obvias y ahí he estado también, procurando en soledad cumplir mis objetivos a través de una versión antigua de Internet, cuando he caído -tras un sinnúmero de recomendaciones sobre su sencillez y operatividad-, en la compra virtual. Y he podido comprobar, a través de mi mujer, que los objetos se materializan a la puerta de casa sin coste adicional y, por ende, las elecciones no suponen perder la tarde visitando establecimientos donde no tienen lo que buscas o ya se ha terminado y recibirán más en cosa de un mes o dos. Amazon ha sido en mi caso la gota que colma el vaso, aunque si los cines se quedan obsoletos y el comercio presencial tiene los días contados, ¿cómo justificaré el salir de casa si también pueden traerte la comida y, a poco que te empeñes (¡pobre Juanjo Millás!) incluso el Gin Tonic? Y, para el recomendable ejercicio físico, una cinta frente a la pantalla de la salita.
Los robots que acabarán por sustituirnos serán, supongo, la guinda final. Entretanto, no es preciso escribir ya que puede dictarse de viva voz, cualquier tango en la palma de la mano o, de preferirlo, las declaraciones de Rajoy y Puigdemont mientras haces aguas mayores o te cepillas los dientes. Llegará el día en que puedan/podamos hibernarnos sin renunciar a nada y, a un paso, la eternidad. Porque la Revolución es ésta, no la que queríamos cuando poco documentados sobre la que se venía y ¡cualquiera pone el freno si supiera a qué! Esperemos que sea para bien y siga habiendo quien nos quiera y a quien querer, aun congelados. Sin bites interpuestos ni constantes mensajes para que nos actualicemos antes de apagar.
Ciertamente la especie va aumentando la esperanza de vida, pero el individuo (el pobre) contrae la gravosa responsabilidad de rellenar el tiempo adicional. Encima, tendrá que rellenarlo rodeado de cachivaches que lo harán todo mejor que él, de modo que el longevo humano será un trasto fastidiosamente longevo, siempre estorbando a robots eficientísimos que, ademas, no pierden el tiempo parloteando. ¿Qué nos queda? Sugiero la Historia de España de don Ramón Menéndez Pidal, en versión no abreviada, o todas las ediciones de ‘Die Klinik des Wundstarrkrampfes im Lichte neuzeitlicher Behandlungsmethoden’. Una obra crucial.
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Voy a ver si consigo la de título que diría alemán. Iba notando estos últimos años que me faltaba algo… antes de pasar a la hibernación.
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