Tiempo atrás, me enterneció hasta la angustia aquella peripecia vital del fallecido poeta argentino Juan Gelman, cuyo hijo fue asesinado durante la dictadura en aquel país, su nuera desaparecida y una nieta, a quien consiguió encontrar tras 23 años de búsqueda y cerca ya de su propio final. «El muerto forma parte del duelo y cuando no existe es un infierno», escribió en una ocasión. Algo sabido por todos quienes pierden a un ser querido y de ahí funerales, velatorios y la última mirada junto al ataúd abierto a diferencia de lo que es costumbre entre los judíos, que ocultan el cadaver a la vista.
Deseo éste, el de la despedida como broche a una vida compartida, que supongo universal. Y recuerdo las palabras de Gelman cada vez que me he visto en esa dolorosa situación; hace pocos años, frente a un amigo del alma. Pude contemplarlo con los ojos anegados en lágrimas y sé que, de no haberlo hecho, el duelo sería interminable y sin esa paliación que trae la distancia porque, aunque el olvido no exista, unos minutos junto al cuerpo ya inerte atemperan el dolor que conlleva la definitiva separación y finalmente allanan el camino de la aceptación.
Por eso: porque no hay despedida de no mediar unos instantes junto al cuerpo amado, la memoria histórica y esa búsqueda de los desaparecidos después de tantas décadas, se me aparece como ineludible para el adiós. Sin alternativa posible. Lo experimenté en carne propia una vez más, frente al amigo, aun a sabiendas de que no cambiaría nada excepto, quizás, abreviar ese infierno que mencionó Gelman.
Sin duda esa despedida es reconfortante pero cuando has querido a una persona que se va pienso que no es imprescindible para recordarlo de por vida en función de lo que hayas compartido con el a través de los años
Arturo Ros Beloqui
Me gustaMe gusta
Imprescindible no, pero un lenitivo para la angustia…
Me gustaMe gusta
En el caso de los muertos enterrados en cunetas y fosas comunes, el sentimiento se me antoja más complejo y doloroso, por cuanto a la muerte del ser querido, y el duelo consiguiente, cabe añadir los agravantes del asesinato sin castigo, la vejación, el secuestro del cadáver y la prolongación del sufrimiento y las ofensas. Ante todo ello, compasión, pero también indignación hacia quienes han contribuido a mantener esta infamia.
Me gustaMe gusta
Totalmente de acuerdo.
Me gustaMe gusta