Hoy trato de una intimidad que quiero compartir -y espero que me lean con benevolencia-, porque estoy convencido de sintonizar con una abrumadora mayoría en cuanto a esos paisajes que dejan una profunda huella hasta quedar en la memoria como espejos de Alicia que nos permitirán volver.
Escenarios que son música para escuchar en completo silencio, detenidos en ese instante que se prolonga merced a una mágica seducción ajena a la palabra. Las cataratas han sido siempre, desde aquella junto a la que cenábamos de vez en cuando con mi padre a las de Iguazú, o un Salto del Ángel que transforma el agua en incienso, imanes de los que no puedo escapar y, a su vista, un pasmo por la sensación de atisbar otro mundo. Sin embargo, no es preciso cruzar océanos para asistir a la maravilla de un atardecer en Cuenca, cuando el sol azulea sobre la sierra y después enrojece o, muy cerca de casa, el color del poniente sobre las aguas, las sombras que se adensan en lontananza…
A veces son los colores y, otras, es la inmensidad del entorno lo que paradójicamente nos adentra sin razón aparente en nuestra propia interioridad, al punto de ser entonces cuando saldría exclamar, con Fray Luís de León, «¡Vivir quiero conmigo!». Tal vez sea una lástima que estímulos como los mencionados no estén con nosotros más a menudo. Y termino: voy a llegarme hasta la orilla del mar, ahora que empieza a anochecer.
No solo el paisaje grandioso. También el líquen sobre la roca húmeda, o el azul del cielo al trasluz de la «verde humareda» machadiana, o … ese caminillo que se pierde, del que hablaba mi padre. Y al otro lado, los ojos no siempre abiertos de nuestra consciencia.
Me gustaLe gusta a 1 persona
En la película ‘Dragonheart’, de aventuras medievales, un dragón cumple su misión sobre la tierra y su corazón asciende a los cielos, donde queda brillando como un faro eterno de fuerza y moral. (Gana mucho en la versión española, porque es Paco Rabal el que le pone vozarrón.) Hay paisajes estupefacientes porque se diría que tú los visitas por vez primera, pero quizá sean más ricos aquellos donde un espíritu afín dejó su huella. ¡Quedan descartado un candado cursi, naturalmente!
Me gustaLe gusta a 2 personas
De acuerdo. Los candados -cursis o no- en los espacios públicos: una nueva cara de la estupidez y el incivismo. Junto a los grafiti, por supuesto.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Zèfir: entre nostálgico, poético y filosófico… Cosas de los paisajes…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Hoy es un poema tu artículo efectivamente. Bellísimo Gustavo. Esos momentos que es un goce para los sentidos. Tengo unas fotos de puesta de sol en Banyalbufar que me ha recordado la imagen encendida, pero en el mar. Gracias querido mío, siempre digo que hay personas que describen mis sentimientos de forma impagable.
Me gustaMe gusta
Pilar Bonilla: gracias `por estar ahí, también parte del entorno que se queda en la memoria…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Gracias! (uno de la abrumadora mayoría)
Me gustaLe gusta a 2 personas
Muy acertada tu reflexión y, más aún, existiendo tanta belleza gratis que proporciona la naturaleza; sólo es dedicarse tiempo y disfrutar con todos los sentidos los pequeños momentos…
Me gustaLe gusta a 1 persona