La vivida estos meses no ha sido la única penuria. Las hubo antes, vendrán otras y, frente a todas ellas, la memoria: recuerdos felices y embalsamados que los ocasos remueven para teñir el presente con luces de pasadas plenitudes -quien haya tenido la fortuna de tenerlas- y a la espera de similares futuros.
Quizá haya mucho de cierto en eso de que para viajar basta con existir. Sin embargo, no es únicamente el bar habitual o las calles pobladas lo que muchos hemos añorado en estos meses de confinamiento, y la existencia, durante el encierro, nos ha permitido transportarnos de nuevo a situaciones y lugares que tiempo atrás nos colmaron los días y hoy pueden hacer, de la monotonía, pista de despegue hacia ese almacén de gratas remembranzas que esperamos poder repetir, si salud y bolsillo lo facilitan, mientras por el momento se agolpan y superponen durante los insomnios.
Imaginarlas aproxima el agua a nuestros labios, como dijera en su día Sánchez Rosillo, aunque el maldito virus no nos deje por el momento beber, fomentando así la sed por volver a aquel anochecer en Mopti, allá por Mali, con las repletas barcazas río abajo. Glaciares y selvas, géiseres y desconocidos con quienes pegar la hebra o nadie en derredor; un vino en A Brasileira junto a Pessoa, 
aquella comida en el bar Manolo de Orihuela y con Miguel Hernández por las inmediaciones o las lejanas cenas junto al salto de agua en Les Escaules, cerca de Figueres y en compañía de mis ya fallecidos padres.
Y de acuerdo con Sontag en que todo placer es una pérdida anticipada, pero sin esos traslados horizontales que los han provocado por la geografía de nuestro mundo, habría sido menos soportable la percepción, 
asomados al abismo, de lo que podría suponer un viaje vertical sin camino de vuelta y, en semejante tesitura, ¡bienvenido lo que fue! Mientras estamos a la espera de lo que pueda venir, en el mejor de los casos, para nuevos brochazos el día después.
Contar es vivir (te) 
Un mensaje de esperanza. De momento, el «Viaje alrededor de mi habitación» o, lo que viene a ser lo mismo, alrededor de nosotros mismos.
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Volveremos a muchos de los lugares que visitamos y como cada nueva visita es diferente pues los paisajes cambian, al igual que los ojos que los miran, nos volveremos a maravillar, o no, dependiendo de las expectativas de cada uno. Yo pienso mantener la mirada inocente para no desperdiciar ni un minuto recordando lo que fué, y perderme lo que hay.
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Hermoso!, y soñando con ese día qué puedan venir 🙂
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… y desde el bar Manolo de Orihuela, cuna de Miguel Hernández, le esperaremos con los brazos abiertos, cuando pase toda esta pesadilla. Le esperamos!!!
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Allí estaré en cuanto se pueda. Un abrazo
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La verdad es que nos hace mucho bien, el rememorar y pensar en los viajes pasados, antes de esta pandemia, nada era lo mismo, no evitavamos los abrazos, besos etc.Ahora siempre y mirando tener salud, y como dice dinerito, y no nos encontremos en éste pozo oscuro, en el que estamos, quizás podamos volver a volar. De momento la imaginación hace tregua. Un saludo.
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Que genialidad hubiera sido poder viajar al más recondito lugar a esperar que toda está voragine, terminara como si de un mal sueño se tratará, y pensar en las consecuencias para miles de familia está suponiendo, recordar esos tiempos que algunos tuvimos, con viajes, reuniones familiares que ahora estan vetadas, sigo pensando que esto ha dido provocado y a algunos dirigentes les a venido muy bién. Aprovechar la circunstancia de confusión y temor para hacer efectivo sus proyectos, de momento solo nos queda los recuerdos ya disfrutados, y acariciar el momento en que si volvemos a la normalidad se puedan repetir,
A todos nos a afectado de una u otra forma, lo suficiente para no olvidar y valorar lo que teniamos, llamado libertad, mucho se tardará en recuperar ciertas costumbres y habitos, esto junto con determinadas ideas harán que todo cambie.
Escribamos esta parte de lo que ya será historia para los venideros años,
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