La pregunta, con los obligados matices y salvedades que se quiera, hace referencia en este caso a la hipotética obligación que pudiese tener el intelectual, un creador, el escritor en concreto y no aludo al ensayo sino a narrativa, al novelista, de ser testigo de su tiempo: de una realidad polifacética pero en la que se repiten demagogias destinadas a perpetuar en la resignación a una mayoría que bastante tiene con sobrevivir y, para oponerse a ellas, esa obra escrita, incluso de ficción, que no abdicase del compromiso con la verdad evitando, de mil y un modos, la anestesia a que puede conducir la mera palabrería.
Se impone aclarar que no cabe una generalización que pretenda transformar dicha presunción en norma, de modo que, si no una literatura para la denuncia permanente, cuando menos instrumento para la reflexión, aun reconociendo que estética y ética no tienen necesariamente que andar parejas cuando se escribe. Hay sobrados ejemplos de miseria moral entre creadores por otra parte excelentes, y sus obras no tienen por qué condicionarse a mensaje alguno de condena a la opresión, el engaño o la desigualdad, aunque de ello a que el arte –en cualquiera de sus manifestaciones-, en lugar de herramienta para la progresiva toma de conciencia pueda permitirse cualquier vana ocurrencia, media una distancia que es precisamente el motivo de las presentes líneas.
Cuestiones como las apuntadas me han sobrevolado tras leer a algunos autores adscritos a la llamada Generación de los 50 y que, desde el sociorealismo, mantuvieron su empeño en oponerse a la uniformización y poner en evidencia las lacras de su tiempo. Un arte el suyo que asumía, sin abdicar por ello del estilo propio, la irrenunciable función social que también se autoexigían; un algo en la línea de Walter Benjamin cuando afirmó que “El deber de todo escritor es impedir que la Historia la hagan únicamente los vencedores”. Arte para propiciar el cambio, para desvelar certidumbres que las permanentes conspiraciones de intereses se esfuerzan en enterrar, sintonía con la conciencia de sus eventuales seguidores o, en otro caso, estímulo para una distinta comprensión del mundo sin aleccionamiento, manipulación interpuesta y en paralelo el esfuerzo de autor y lector para que, a más del ocasional placer, puedan extraerse consecuencias susceptibles de ser verbalizadas por mediación de quien por oficio es, de proponérselo, capaz de proporcionar lenguaje que desenmascare lo que otros se esfuerzan en eliminar del pensamiento colectivo.
Sin necesidad de pormenorizar sobre los partícipes de aquella generación en nuestro país, admirables muchos de ellos, quienes hayan frecuentado a otros de reconocido prestigio, desde Sciascia a Günter Grass ( y su alusión a los “intelectuales que ensucian el propio nido”), Yashar Kemal, Handke o Elfriede Jelinek, por citar algunos/as, Mahfuz o Saramago, convendrán en que su voluntad, al igual que la de los sociorealistas españoles que poblaron las editoriales más de medio siglo atrás, no es la que se aprecia por lo general en estos tiempos que, entre otras características, se diría que tienen la de anteponer al propósito de desvelar, directa o indirectamente, el de agradar.
Cabe no obstante reiterar una vez más, siquiera por evitar que pudiera inferirse un planteamiento maniqueo entre lo bueno y lo malo, blanco y negro, que es opinión generalizada la de que el compromiso del escritor –aun en el caso de no haber renunciado a ser intelectual en la brecha-, nunca se puede considerar total porque no existe el observador crítico y fiable en cualquier circunstancia. Asimismo, tampoco los principios éticos son ineludibles para la creación y nadie tiene la legitimidad suficiente como para erigirse en conciencia moral (tampoco los sacerdotes, cabe asegurar), lo que no evitará sin embargo, por seguir en el devaneo de hoy, que explicite mi acuerdo con Arcadi Espada cuando afirmó, años atrás, que cada época tiene la literatura que se merece.
Sugerencia ésta que daría para ampliar la digresión. Si alguien se animase… Aunque algunos contradigan abiertamente la hipótesis de Arcadi y entre ellos el recientemente fallecido Juan Marsé, todo un ejemplo de buen hacer.
Me gusta lo que expones, y lo considero un claro exponente de tú conocimiento, del cual me nutro y trato de aprender, se me ocurren muchos comentarios, co Arcadi, pero me perderia, mi conocimiento no llega a estos comentarios y te mereces una respuesta de cierta calidad que no me veo capaz, aunque te digo pues con cada publicación tuya me alimento y me enriquece pues las leo reoetidas veces…
Siempre es un placer .
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Y para mi un placer que no te canses de leerme… Un abrazo
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De cada vez más sus escritos dan para leerlos y volverlos a leer,algunos sin saber contestarle ,el escrito es superior.Seguro que Arcadi diria cada época tiene su escritor,y éste es GUSTAVO CATALAN.Enhorabuena.
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Tendría que hacerle mucho la pelota a Arcadi… Un abrazo.
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No acabo de entender ese final sobre seguir ampliando la digresión, no la he observado. Excelente artículo con esa capacidad de análisis y cuestionamiento qué realizas. Creo firmemente, qué quienes tenéis el don de la escritura, y esa ética de la que hablas, es inevitable qué el compromiso salga, digamos espontáneamente, porque no entendería qué, una parte importante de una mente creativa, dejara de lado el aspecto social que le rodea. Gran Marsé, qué sí nos demostró su compromiso cómo literato.
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