A medida que pasan los años, civilización y tecnología se unen indisolublemente en un matrimonio que hace de nosotros, sus hijos, testigos obligados de ese amor. Enriquecedor, sí, aunque también un algo inquietante por desconocer hasta dónde podrán llegar en semejante abrazo que los fusiona, mientras avanzan al unísono entre genomas y agujeros negros: de la microscopía a una desconocida inmensidad que nos va atrapando a riesgo de quitarnos la luz que antaño nos serenaba.
Con todo y los meses que hemos debido padecer, seguimos pudiendo hacernos en casa con una Alexa capaz de responder a las mil y una preguntas, emitir cualquier música, predecir el tiempo o informarnos de cuál es la opinión que tienen los habitantes de la Antártida sobre el coronavirus. La cirugía robótica lleva camino de imponerse en paralelo a la fabricación de prótesis o viviendas por técnicas tridimensionales. Igualmente, es posible comercializar nuevas vacunas en 10 meses cuando en el pasado reciente se precisaban 10 años, traducir del swahili al ruso en pocos segundos o conocer cómo andamos de presión arterial mientras tomamos un vino. El coche aparca ya sin nuestro concurso, quizá aparezca en el móvil la lista de lo que andábamos buscando y sólo comentamos en privado. O la interpretación exhaustiva de lo que soñamos la pasada noche.
Deduzco que en breve plazo estaremos en condiciones de teletransportarnos: hacia el futuro o, dando marcha atrás, para saludar a cualquier neandertal convertido por un rato en contemporáneo. Por todo lo anterior y mucho más, cabría preguntarse si, como afirmase Keats en su día, se está destejiendo el arcoiris por mor de la ciencia. Mi opinión es que no y, en todo caso, lo que sucede es una multiplicación de colores que podrían quizá hacerlo irreconocible para aquellos a quienes esos sorprendentes descubrimientos nos han pillado peinando canas. Sin embargo, no conviene preocuparse aunque andemos con el pie cambiado y fuera de onda. Pronto vendrá un robot a consolarnos. Y quién sabe si a sustituirnos. De momento conviven con nosotros y, si lo dudan, reparen en Sánchez o Casado.
Cuando se extendió el DVD y no digamos el iPod, bailando sobre el cadáver del vinilo, al muerto solo le quedaba aguardar el fuego crematorio, con esa paciencia inmóvil que tienen los muertos. Sin embargo, lo que parecía una mueca fósil era una sonrisa sardónica en espera de una pronta venganza. Alguien ha bajado de la Zarza con el Mandamiento de retornar al vinilo.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Y que no falten los buenos mentores y el lujo de su prosa…
Me gustaMe gusta
Me permití utilizar su comentario para mi blog. Espero que no le importe. Gracias.
Me gustaMe gusta
Toda forma de ‘intertextualidad’ sirve a la República del Viejo Aristocles, alias Platón. Un tipo contradictorio, según cuenta Irene Vallejo, pero ¿no lo somos todos?
Me gustaLe gusta a 1 persona
Adelamadrid: es todo un placer.
Me gustaMe gusta
Bucles, en cualquier circunstancia…
Me gustaMe gusta
Adelamadrid: yo los ando buscando para aprender y, de ser posible, progresar aunque sea junto a robots…
Me gustaLe gusta a 1 persona
Después de la campaña sobre el Amazonas, ahora yo también busco aprender, en este caso con amigos con los que no estoy de acuerdo, que motivan las líneas de mi post de esta noche. Algo te «robé» también para él.
Me gustaLe gusta a 1 persona
Me encanta
Me gustaMe gusta
Exacto,hemos progresado tanto y tanto,y lo que nos queda, quizás los que ya peinamos el gris,no lo veamos peró llegará,los robots máquinas etc, controlarán todos los movimientos de los humanos.Para mi y digo para mí,aquellos años de nuestra juventud sin tanto mecanismo,era una vida tan tranquila,tan bella, peró la tecnología nos ha llevado cosas buenas y otras no tanto.Un saludo.Pero recalco sin la tecnología no hubiera vistos éstos magníficos escritos suyos y ésto es de bs agradecer un montón.Un saludo .
Me gustaMe gusta
Cati: un abrazo (virtual, pero no robótico…)
Me gustaMe gusta
Beautiful blog
Me gustaMe gusta
It,s a pleasure to know that you like it. Best wishes
Me gustaMe gusta
Pingback: UN PROGRESO SIN PAR. Y ABRUMADOR — Contar es vivir (te) – Darwin Mora