Virus y mascarillas no han conseguido borrarnos la memoria, de modo que, con los temores de unos meses atrás relegados a la mochila, empezamos a recobrar algunos de los placeres de antaño y, de entre ellos, la vuelta al cine y todo lo que ello conlleva más allá del acierto al elegir la peli. Es el paseo hasta la correspondiente sala, algún que otro saludo a conocidos mientras hacemos cola para comprar las entradas, repantigarse en el asiento, tal vez palomitas en espera de que
apaguen la luz y, aunque haya que aguantar los anuncios, ya hemos empezado a recobrar la distensión de un ánimo que ha estado encogido y a la defensiva demasiado tiempo.
Ha sido mucho el que hemos estado en la añoranza y soportando la soledad con base en los recuerdos de un pasado distinto que pugnábamos por seguir viviendo. Y el cine es sólo una de tantas pulsiones que debimos posponer y con seguridad de las de menor enjundia, pero el otro día fue mi primer reencuentro con el ritual. Ya sentado, el menguado número de espectadores me traía de nuevo la Covid a la cabeza pero, al poco, por fin el ayer y los pasados goces que se repetirían:
el cine Augusta me devolvió al Edison y Jardín de aquella Figueras de mi adolescencia y, uno de ellos, el que me animó, en su oscuridad, a poner por primera vez mi mano sobre la rodilla de Adelita, una compañera del Instituto a quien invité y de la que estaba perdidamente enamorado.
El otro día, sensaciones parecidas: la mano de mi mujer, los comentarios en voz baja y, al salir, el intercambio de opiniones sobre Madres paralelas, por cierto un algo impostada en mi criterio y con el final traído por los pelos. Pero ello no fue óbice para que disfrutásemos del regreso a casa como si lo hiciéramos tras una victoria compartida, y en la que la la película era sólo un aditamento del escenario de butacas que nos venía acompañando hasta la dichosa pandemia y que afortunadamente hemos recuperado. Ahora, en espera de visionar Pan de limón con semillas de amapola, la de Benito Zambrano y en la que tuve oportunidad de colaborar como asesor sanitario por lo que hace a la enfermedad de una de las protagonistas. Pero sea ésta u otra la siguiente que veamos, lo que importa es poder comprobar en carne propia que Einstein llevaba razón al afirmar que el placer se convierte en energía, así que ¡Vamos allá! Con cine y bareto a la salida del mismo, a muchos no habrá quien nos pare.
Pero qué virtuosismo para explicar tus vivencias, en el que me reflejo exactamente en tu reencuentro y convencida de muchos más con nosotros. No lo podías haber escrito mejor. Un placer y energías renovadas!.
Interés añadido al conocer que has estado involucrado en la de Benito Zambrano
Besoss
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Un buén toque de humor de como se las ingeniaban para hacer una inocente caricia en la juventud…
El cine era el rincón más adecuado para intentar el » robo de un beso » preciosa época, de ingenuas demostraciones de amoríos, algunos se consolidaba, otros se difuminan van, aunque no olvidaban….eso si no era de rigurosa costumbre acudir a ese pase de película con la mamá o hermano mayores, era de imperiosa costumbre ir acompañadas..
Que años aqueños, tan restrictivos pero al recordarlos me siento orgullosa haber pertenecido a ellos, tendria tantas anécdotas por contar y con cierto sentido del humor…creo que todos hemos revivido los recuerdos en alguna ocasión con cierta melancolía…..
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Con bastante melancolía, Cati. Efectivamente…
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Que dicha era llegar a la butaca del teatro,con el noviete al lado,y acurrucarte en algun momento cuando la peli era un poco más oscura,y poner la cabeza sobre su hombro,que delicia.Cuanto añoro el cine,es una pena no tener ninguno aquí en mi pueblo,tener que bajar a Palma.Nadie nos quitará las vivencias de años pasados,años sin covid,ni restrinciones.Y siga D.Gustavo juntando su mano a la de su mujer, es un gran placer.
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Que dicha era llegar a la butaca del teatro,con el noviete al lado,y acurrucarte en algun momento cuando la peli era un poco más oscura,y poner la cabeza sobre su hombro,que delicia.Cuanto añoro el cine,es una pena no tener ninguno aquí en mi pueblo,tener que bajar a Palma.Nadie nos quitará las vivencias de años pasados,años sin covid,ni restrinciones.Y siga D.Gustavo juntando su mano a la de su mujer, es un gran placer.
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Cati: aunque haya que bajar a Palma de vez en cuando…
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